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reyesmagosportadacopiar1Les aseguro que pude hablar con ellos. No me creen ? Yo tampoco, pero imagínenlo…

Se habían bajado para cambiar de camellos porque ya se iban de El Salvador, los engancharon como siempre y les dijeron que había reposta de camellos en La Tiendona.

Paja … les querían dar unas mulas pintadas de naranja con una joroba más artificial y chusca que el Monumento a la Reconciliación.

Me contaron que tenían un sabor agridulce en la despedida de nuestro país, que la competencia con Santa Claus estaba jodida, que el gordito les había robado mercado . Estaban felices porque habían dejado regalos de esperanza, no juguetes a nuestros niños, pero al menos esperanza … pero notaban que al país ya casi no le quedaba ninguna.

El moreno Baltazar tenía los ojos húmedos y cruzados de tristeza. Salió desde África para agasajar a Jesús de Nazaret a días de  su nacimiento y traía la mirra en sus manos, representa la fineza del ser humano.

Saludé a Melchor y a Gaspar y me acerqué a Baltazar para preguntarle que le pasaba.

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Nos sentamos los cuatro en la acera, plena madrugada.

Melchor con su barba blanca, europea, traía el oro, y Gaspar, con su cabello oscuro y asiático era el encargado de aportar el incienso.

Baltazar me confesó que hubo una estrella de Belén que los trajo a las zonas más pobres de nuestro país. Que almorzaban con nada y cenaban con menos, pero vivían esperando el nuevo día y las buenas nuevas.

Pero que hubo un niño que se les apareció, en estas zonas, como nacido de otro pesebre y que les contó algunas tragedias que ocurren en nuestro bendito país. Era un niño que les había mandado la cartita más conmovedora de todas. Porque no pedía nada para él. No quería una play ni una pelota de fútbol. En su texto, este niño pedía tres cosas: justicia, igualdad de oportunidades y sonrisas para todos los salvadoreños que sufren. 

Eso es lo único que les pido, queridos reyes, les dijo Ramón – éste era el nombre del niño.

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“No quiero nada para mí”. Los hizo pasar a su champa de cartones, llantas y dos láminas y de un viejo arcón que no tenía tesoros, sacó viejos y amarillentos recortes de diarios y les mostró historias tristes de la ruta del sufrimiento y la marginalidad a las que los han sometido los distintos gobiernos del país.

A los reyes se les estrujó el corazón. Conocían la pobreza. De hecho venían de un viejo establo muy humilde donde había nacido Jesús, en una cuna de forraje y rodeado de pastores con sus ovejas y otros animales. Pero no podían comprender la maldad y la perversidad de los gobiernos que se patinan millones y millones de dólares en no hacer nada, mientras nuestros niños pasan hambre.

Ramón, moreno, al estilo Baltasar, no paraba de hablar. Había hipnotizado a los reyes magos con sus palabras. Desde que leyeron aquella carta llegada del fin del mundo, de la tierra del “Mágico” González, mago como ellos, los reyes comprendieron que Ramón tenía mucho para dar y nada que pedir.

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Les dijo que le regalaran la posibilidad de no ver nunca más a niños de piel y hueso. Les rogó la bendición para que en estas tierras haya pobreza cero, hambre cero y asesinatos cero. Deserción escolar cero e ignorancia cero. Y que nunca más se muera un hermano por causa del “gatillo fácil” de las pandillas.

Me contaron los reyes que tenían un nudo de angustia en la garganta. Ellos que todo lo saben. Ellos que todo lo pueden, no sabían cómo hacer para decirle a Ramón que esos flagelos no es producto de uno o dos terremotos, inundaciones y sequías, que es producto de una construcción nefasta de los malos gobiernos y de las malas personas.

Ramón les invitó un par de pupusas con sus ahorros y les repuso el agua a los camellos. Los reyes les dijeron: no es la magia ni el cielo los que deben resolver el drama. Que iban a ayudarnos, a darnos una mano, pero que ese regalo no estaba en sus alforjas.

“Es bastante sencillo si se lo proponen” dijo Melchor. Hay que sembrar humanismo. Fortalecer los lazos familiares. Hacer de la educación la principal bandera de lucha de todos los salvadoreños en una epopeya cotidiana. 

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El día que logremos cumplirle los deseos a Ramón, los salvadoreños habremos madurado como país. Ese día está lejos pero solo de nosotros depende que se acerque.

No hay que esperar que el futuro lo traigan ni Santa Claus ni los reyes magos.

Me quedé pensando que ojalá entendamos todos este mensaje, no confiemos en ningún gobernante, político o partido … construyamos futuro nosotros mismos …

Los reyes se subieron a sus camellos y se despidieron hasta el próximo año.

Me pareció ver lágrimas en la cara de Baltazar.

Pero no estoy seguro …

… de lo que estoy seguro compatriotas, es que a El Salvador o lo sacamos del hoyo entre todos o nos hundimos con él.

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