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colombia te invita a comer hormigas fritas

(“El día que la mierda tenga valor, los pobres nacerán sin culo” Gabriel García Márquez).

 

Desde hace años, muchos, científicos diversos se han dedicado a investigar la alimentación con insectos, arácnidos, artrópodos y similares. El agrónomo José Vicente Driotis ha descubierto la riqueza nutritiva que encierran estos menospreciados animalitos. Hay un tesoro de proteínas, aminoácidos, potasio, fósforo, hierro, fibra y calorías en las antenas, patas, alas y suaves barrigas de los insectos.

Nosotros habíamos oído hablar de que la hormiga salteada con aceite y sal, es comestible, y habíamos visto a “Papillón” comer cucarachas en la cárcel por necesidad. Pero no. Comestible es casi todo lo que se esconde detrás de un refrigerador o duerme bajo una piedra.

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Papel y lápiz que viene la receta …

Algo que es clave. Los pelos de los insectos, señora, transmiten sustancias tóxicas, así que antes de echar un bicho a la sartén es indispensable pelarlo. Algunos ya vienen calvos, señora,como su esposo, ya listos para ser comidos, pero la mayoría requiere meticulosa depilación. Una vez pele el bistec, señora (y excúseme el mal sonido de la frase anterior), ya puede convertirlo en almuerzo.

Sugiere el Chef Crepúsculo Delgado, que hay varias maneras de hacerlo. Para una receta rápida y sencilla, basta una manotada de insectos tostados con sal y pimienta; para platos más refinados acudiremos a artes culinarias mayores. Parece repugnante, lo sé, pero es era cuestión de costumbre. Los mexicanos, por ejemplo, se dan banquetes de saltamontes fritos, y los hindúes no prueban la carne de vaca, pero sueñan con el estofado de escarabajos.

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Delgado inventó recetas que le hacen a uno la boca agua. Para empezar, un delicioso picadillo de gusano de palma. Luego, sopa de cucarachas; cernida, eso sí, para evitar el incómodo efecto de las patas. Como plato principal, una buena tortilla de chicote o una empanada de termitas. Y, cerrando el menú, helado de vainilla con comején, el preferido de sus hijos.

 

No sé si alguien practica la entomofilia (o entomofagia en este caso) con insectos aficionados a la antropología, pero conviene considerar esta posibilidad: tomarse un salpicón de garrapatas es un canto a sí mismo, y la novia generosa puede ofrecer al novio unos frijoles con pulgas de la adorada.

La parte nutricional es interesante. Pero más importa su aspecto social y económico. A medida que se deteriora la situación de América Latina, ingerir insectos se vuelve una alternativa seductora. Gusanos y similares podrían proporcionar las calorías que proporcionan unas frutas cada vez más caras, las proteínas de esa carne reservada a los ricos, la fibra encerrada en unos cereales que ya no producimos.

La entomofagia es económica y ecológica. Para alimentar a su familia, el colono no tendrá que derribar la selva: un hato de cucarachas se cría en cualquier caja.

Además, masticar una polilla podrá ser desagradable, pero sin duda es biodegradable. La famosa sopa de alacranes con la que alimentan a mi suegra se volverá pato cotidiano en tierra caliente. Y a lo mejor surge una artística gastronomía infantil a base de margaritas o vaquitas de San Antonio a colores. Quizás las rojas saben a mora y las amarillas a limón, no lo descarte: la Naturaleza es sabia.

Estoy seguro de que comer insectos es mucho mejor que comer de lo otro, lo que ya come buena parte de la población. La entomofagia solucionará el problema del hambre tercermundista, aunque sea por un tiempo.

Y digo que por un tiempo, porque (parafraseando al maestro) cuando los insectos tengan valor, los ricos nacerán piojosos.

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