De todas las cosas estúpidas que he hecho en mi vida… ésta debe ser la peor.
Porque he metido la pata con insistencia, he dicho cosas de las que me he arrepentido a dos centímetros de distancia de la salida de las palabras de mis labios, me he quedado callado cuando debía hablar y me ha venido a la cabeza la respuesta correcta, en el momento inadecuado, lo que equivale a decir dos horas después del instante en que necesitaba las palabras.
He dicho “te quiero” sin sentirlo y he dejado ir de mis manos el amor por mi imposibilidad congénita de no saber decir “te necesito”. He llorado por quien no lo merecía y me he guardado las lagrimas al ver la imagen desgarradora de una señora humilde cargando un niño famélico y rodeado de moscas, en sus flacos brazos, al pedirme ayuda.
He contrariado a mis padres cuando ellos me recriminaban por algo, simplemente buscando mi bien, he levantado el puño y bajado dos dientes de una trompada a gente que tenía razón, sólo por mi patológica necedad de no ceder. He mentido, blasfemado, insultado, injuriado, de frente a la gente... Y lo que es peor… a sus espaldas.
Porque he hecho el ridículo con insistencia, consciente e inconscientemente, por deporte, o por llamar la atención.
He sostenido teorías acerca de temas que ni siquiera conozco sólo por jactarme de intelectual y deslumbrar a otros.
Y lo peor es que con este maldito don de persuasión, he dejado a los demás convencidos de que eran ellos los que estaban equivocados.
Porque he sido tan ególatra, soberbio, orgulloso y prepotente, buscapleitos, berrinchudo, como probablemente también lo ha sido usted que lee esta columna y se identifica con esta semi desgarradora confesión.
De todas las cosas estúpidas que he hecho en mi vida…. Esta debe ser la peor.
O sea, darme cuenta de todo lo estúpido que he sido… recién a estas alturas de mi vida.