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Tuve el chance de conocer Pénjamo, después de haberme empilado con el nombre de la locación por la canción, rancherota hermosamente descriptiva de José Alfredo Jiménez,
que lo pintaba como un pequeño paraíso rural…

…fue una de las grandes desilusiones de mi vida. Cantando las notas de "mi lindo Pénjamo", cuando tuve una oportunidad de ir a México, me tomé el trabajo de trasladarme hasta allí.

Quería ver en persona semejante ensueño …

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… pero fue terrible. Sus torres cuatas eran dos esqueletos metálicos para alambres
de alta tensión; el paseo de Churipitzeo no pasaba de ser un baldío de tierra chuca; y "su gran variedad de pájaros" quizás consistía en una referencia al baño público, pues lo único en que se veía gran variedad era en mosquitos. Eso sí, de tal tamaño que no se me hacía raro que cantaran por la mañana. Cuatro horas y otras cuatro de vuelta, en carro, tiradas a la basura.

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Ese día juré no creer nunca más en las mentiras de las canciones turísticas.

Pero si nos ponemos a ver, en nuestro mismo país, hay canciones que cantan bellezas y los lugares son describen son utopías “Ilopango” y/o “Apulo mamá” muy bonito, rítmico, pero si te das un chapuzón en la playita de Apulo es una inmersión a un lago de latas, basura y llantas viejas en el fondo, además de una capa superficial de cianuro o cianato (diluido en agua) que conforma las 12 – 8 partes de nitrocelulosa soluble que se ocupa en la dinamita con la que se extrae piedra en las canteras del lago.

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“Adentro Cojutepeque”, muy bien, pero el equipo de futbol de Cojute tuvo que pasar su sede a La Libertad porque toda la zona del estadio “Alonso Alegría” es territorio tomado por pandillas 

“Coatepeque” … but of course ! Antes de que el lago fuera el vertedero de aguas negras de 7 cantones y 2 municipios vecinos.

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Estuve en Paraguay. Durante los dos primeros días de mi permanencia en Asunción me pasó mil veces por el corazón la letra de "Recuerdos de Ipacaraí" (Donde estás ahora cuñataí?).

Pero la experiencia de Pénjamo derrotó igual número de veces la tentación de visitar el lugar. Al final, el último día de mi permanencia ganó la nostalgia de aquellas novias con las cuales bailé enternecido "una noche tibia nos conocimos junto al lago azul de Ipacaraí", y alquilé un carro de los tipo remise, que te llevan al lugar que digas. "Al lago azul de Ipacaraí", le ordené al chofer en forma imperativa.
Alcancé a notar una leve sonrisa en su rostro, pero al final se limitó a comentar algo en lengua nativa y arrancar en dirección a la romántica quimera de tantos enamorados:

"Yo cantaba triste por el camino bellas
melodías en guaraní".

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Debo decir que el lago no se llama Ipacaraí sino Ypacarai.

El carro abandonó el perímetro de Asunción, vi el cementerio. Era el cementerio más curioso de cuantos he conocido: las tumbas están pintadas en colores parranderos —rojos, rosados, amarillos, verdes— como si ya hubiera llegado el Gran Jolgorio de la Resurrección. Tienen ventanales y puertas.


Más que un camposanto, parece una urbanización de clase media para pitufos.

Seguimos de largo. Los campesinos cebaban tereré, que es un té (mate de yerbabuena) helado, y trataban de espantar la humedad caliente del mediodía. A la salida de
Luque observé una casa medio en ruinas, casi un rancho de adobe, en cuyas paredes se leía: "El Farolito: restaurante-show".

Tuve un amargo presentimiento.

Seguimos una hora más, encontramos una especie de avenida y de repente estábamos al borde de un lago.
Era una enorme masa del color y la densidad del peor escupitajo verde. "Ipacaraí?", pregunté con timidez. "Ypacarai", respondió el chofer. Busqué por todos lados el azul. No pude encontrarlo. Eran aguas irrevocablemente carmelitas, más que lago azul era una sola horchata.
Encontré latas de cerveza, vasos plásticos, una chancleta huérfana panza-arriba y cagadas de vaca. Recorrí varias cuadras por las orillas del lago en busca del azul soñado. Topé con pedazos de palo, con cáscaras de banano y con grama color tabaco.

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"¿Y el azul?", interrogué finalmente al chofer, imaginándome lo peor. "Aquí no hay nada azul, señor —contestó el hombre—, solamente las plumas del tuyuyú...". Y señaló una bandada de pseudo-gaviotas que surcaban el cielo café.

Enganchado por la música otra vez … pero no me vuelve a pasar !

 

 

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