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sam worthington al borde del abismo

“... Son los mediodías macho ...cabal a eso de las once se me empieza a desbaratar el esquema, la mía es una depresión, no sé ... distinta ...

No sé si te has dado cuenta, en otros casos, a la gente que se deprime, le agarra ... que sé yo ... no poder levantarse en la mañana, se revuelve entre las sábanas y les pide unos minutos más ... así es, o al menos así cuentan.

He sabido de gente que le meten Rivotril, Paxil, Ritan o Ritaline, o alguna anfetamina de esas, se levantan y chau ... llegan a trabajar y todo, por la mañana se les ve sonrientes, con feeling, hasta eso de las nueve y media que la anfeta los manda al carajo, y ahí los ves ... tirados en el escritorio, mirando el vacío, haciendo nada ... ahí llega el monstruo verde de la depresión y les preguntan qué pasó?

Qué tenes ? Si estabas bien .... y ya no hay Dios que los levante, chau, Kaput, a la cama ...y a esperar el nuevo día y la nueva anfetamina ... y desfilan los Prozac, y las Paxil, y los Altruline , y para que contarte ... es horrible.

En cambio lo mío es distinto, yo me levanto bien varón, con ganas, con empuje, con feeling, doy gracias a Dios por el día y salgo a atacarlo ..

Nada es fácil, la cosa esta jodida aquí afuera ... a eso de las diez vos ya sabes que los que te deben plata se esconden, nunca están, están en reunión o se fueron a Europa y vuelven el día del centrodelantero y ahí te empezás a joder ...

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“Porque los que nunca se esconden son los aquellos a los que vos les debes plata ... cabal ! Siempre están, llaman, te encuentran y qué hacés ?
Qué haces cuando no hay ?

Porque el "no hay" de los que se esconden es bueno pero el tuyo no es válido ... ese es el problema de este país ...”

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Desde hacía más de veinte minutos, el individuo se había sentado a la mesa de Franco, en el café de siempre, lo miraba detenidamente, el fulano había pedido un martini y un plato de aceitunas, que comía enfermizamente, mientras lo ametrallaba con las palabras “Debe estar enfermo – pensó Franco”.

“Y al mediodía, el acabóse, ya no aguantas más, ya te habló tu mujer que cortaron la luz y en la tienda ya no le fían ... que las medicinas de los niños ... qué hacés ?

... decime ... qué hacés ?”

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Franco inclinó la cabeza hacia el poniente como en gesto de no saber nada y querer ser solidario, pero el individuo no le pedía dinero ni nada ... sólo hablaba y hablaba, mala idea la de Franco de sentarse tan cerca de la puerta ...

“Pero hoy es diferente ... sabés ?

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Hoy le pongo fin a esto – dijo el desconocido con la boca llena de aceitunas – Conocés el edificio de la aseguradora aquí enfrente ? Nueve pisos, imposible no matarte si te tirás de la azotea, para ahí voy ... Te lo digo porque sin planearlo arruino tu día también, cuando yo me tire y me mate, la gente dirá que vos fuiste el último con el que hablé y te van a preguntar ... vos deciles la verdad ... que es lo único que sirve en estos casos “.

El fulano sacó unos billetes, pagó su cuenta y se despidió ...

“Decile a Sara, mi esposa, que la quiero”, y se fue ...

Quince o veinte minutos después, los gritos y a los minutos, la gente, las sirenas, el mediodía urbano se paralizó con la noticia, los meseros revoloteaban, la clientela miraba por las ventanas y se escapaban sin pagar la cuenta ...

Franco se quedó sentadito en su mesa, porque sabía que lo iban a empezar a interrogar en segundos y quería tener sus repuestas bien ensayadas para sobrevivir a este feroz ataque de normalidad.

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