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Para establecer los parangones que me llevan a resolver este dilema, en El Salvador, donde todos somos réplica de alguien, en el que King Flyp es una especie de Eminem local , La Choly es el Howard Stern salvadoreño, Atlético Marte es la versión nacional del Manchester United y Omar Angulo es el Bob Dylan cuscatleco, para la mayoría de la gente yo vengo a ser una suerte de Hugh Hefner usuluteco.

 

 

Como tengo mi programa Trato Hecho, con 26 sexy chicas, la asociación es fácil: creen que en mi oficina hay un jacuzzi humeante repleto de modelos de 22 años dispuestas a todo, y que soy más promiscuo que un conejo.

Nada se compadece menos con mis aspiraciones que las de parecerme a Hugh Hefner; y que lo que más valoro de mí, así parezca una cursilería, es que soy una persona fiel: o al menos lo suficientemente insegura y perezosa como para que a estas alturas de la vida, yo encuentre francamente insoportable empelotarme en un motel de tono menor, un martes a las once de la mañana, con cualquier “amiguita de por ahí” a la que no le tengo la confianza que me sobra con mi esposa, bajo la angustia de irme a encontrar con algún conocido a la salida … y encima, “camisinha” mediante, esperar que no me pegue la famosa sigla en el fugaz encuentro.

O de hacer lo mismo, pero con una diva tipo Sofía Vergara y la angustia aún más grave, porque las parecidas a Sofía Vergara ya han recorrido kilómetros de los que yo solo tengo pulgadas y a la salida lo mismo, me termino encontrando con alguna amiga de mi mujer.

Soy orgullosamente fiel. Y no solo por las ventajas morales de serlo, sino que aparte, porque esas cosas salen caras, eso de cambiar carros, por uno polarizado de un chero, echarle gasolina, y encima hay que seducir a la damisela y eso cue$$ta.

De modo que mi fidelidad no tiene ningún asidero moral, sino que me lo impide la falta de pisto … y la pereza.

Soy fiel primero, por guardarle un homenaje modesto al amor cotidiano, el de todos los días, desgastado por la rutina pero a su vez alumbrado por ella, que es el único real. Hablo del amor que aprendió a alternar pacíficamente la subida y la bajada de la tapa del inodoro; que comparte el periódico sobre una cama con las sábanas revueltas; que no huirá si el cáncer llega. Y en el que uno no tiene nada que fingir.

Es un amor que sólo exige un pago: el de ser fiel para no traicionar la profunda amistad que también lo habita.

No cambiaría la honda y quizás poco notoria felicidad de ese amor ordinario y reposado, por la colorida pero fugaz precipitación de un buen desliz.

Pero hay más razones para defender mi monogamia: aparte de la deliciosa comodidad que significa sentirse por fuera de la competencia, y poder ver una buena película en la cama, con la señora de uno, mientras otros exponen lo mejor de su repertorio en un restaurante escondido ante una mujer que los pone nerviosos, aparte de eso, digo, soy orgullosamente fiel por mezquinas razones de huevonería.

Para ser infiel es necesario cuadrar logísticas, cotejar versiones, entregarse a agotadores ejercicios de disimulo, y tener cómplices que nunca sabés cuando te van a clavar la puñalada por la espalda.

Para ser fiel, en cambio, no es necesario hacer nada. Uno se queda viendo fútbol en casa, y ya está siendo fiel, y encima … ves al Firpo tranquilo ! (aunque también debe ser bueno ver al Firpo tranquilo, solo que en lecho ajeno).

La defensa de la fidelidad, tiene un argumento adicional: el patrón de casa que hay en mí, hoy por hoy, reconoce que quiere llegar a adulto mayor, siendo un buen tata y un buen esposo.

Ahora bien: aunque defendiendo la fidelidad en mí, no persigo la infidelidad en los demás. Cada quien verá qué hace. Incluso soy solidario con el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, y de su historia, que lo llevó a desbarrancarse de su cargo … por pagar una prostituta, a la que le dio $ 5000. 00, lo único que considero escandaloso es la tarifa de la prostituta: cinco mil dólares es un robo !

Me siento pleno al reconocer que me basta este amor habitual, de marinero en puerto único, para ser feliz en la misma casa, en la misma cama.

Y con la misma mujer, maravillosa y única.

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