—Señorita —le dijo Virginio al ver que desenfundaba la hipodérmica—: perdóneme,
pero si es con aguja, no quiero hacerme el examen.
La enfermera me miró desconcertada. No podía creer lo que Virginio le estaba
diciendo, así que quise tratar de explicárselo. “Mire Srta. Enfermera, acá mi amigo Virginio, tiene este problema, una fobia a las benditas inyecciones, usted lo ve un tipo joven, fornido, atleta, pero cuando ve una jeringa tiembla más que el paso a nivel más alto del Hermano Lejano …es un flan.
— Le traigo las muestras que quiera —intervino Virginio temblando — coprológicas, de orina, de afecto— pero de inyecciones ni hablemos.
La enfermera reaccionó al cabo de algunos segundos y me mostró el papel donde el médico había instruido las pruebas de laboratorio.
—Aquí dice "triglicéridos". El día que alguien consiga medir los
triglicéridos en una muestra de orina, le darán el Nobel. – dijo la enfermera ya enojada - Lo lamento, pero hay que sacarle sangre.
Yo me puse de pie, decidido a ayudar a Virginio en la lucha definitiva, a morir en la
defensa de sus principios, a verter hasta la última gota de sangre para que
no lograran extraerle la primera.
—Pues tendrá que esperar hasta que le dé una hemorragia nasal, que son frecuentes en su caso, para recoger la muestra. Deme su teléfono, que yo la llamo cuando le gotee la nariz.
Me disponía a irme, Virginio, blanco como un papel, cuando le enfermera gritó en voz alta:
— Doctor !
Al doctor le bastó ver nuestra actitud de escapistas tipo “Chapo” Guzmán pero sin túnel y la cara desolada de la enfermera para entender qué ocurría. Quiso ser comprensivo. Nos llevó a su oficina, nos ofreció un café y empezó a hablarnos de grandes actos heroicos que registra la historia de la humanidad.
Mencionó a Masada, la fortaleza en que se suicidaron cientos de judíos a fin de no
caer en manos de los legionarios romanos; hizo el recuento de las guerras púnicas ; habló de los años de la plaga y del cólera; el martirio de una docena de santos; describió con
esmero los campos de concentración nazis; recordó los millones
de muertos de la Segunda Guerra Mundial. Y al final dijo:
—Supongo que frente a tanta muerte y tanto heroísmo, un puyoncito en una
vena, constituye una ridiculez.
Y, creyendo que lo había convencido, tomó a Virginio de la mano cariñosamente y
empezó a conducirlo hacia la enfermería.
—Un momento —le dije cuando adiviné sus intenciones, y me interpuse entre el arrebato de secuestrar a mi amigo ya sin voluntad alguna y la puerta —.
“Lo que para usted puede ser ridículo, para nosotros es heroico. No aspiramos a entrar a la historia por nuestra valentía. Tampoco mantener la compostura ante la jeringa que servirá para el examen de triglicéridos. Es más: ni siquiera nos interesa saber qué son los triglicéridos. Lo único que le podemos decir es que estas epidermis asustadas que usted ve no serán perforadas por aguja alguna.
Se lo juramos ! En nombre de la VCH a la que pertenecemos con orgullo !”
- VCH ? – preguntó extrañado el doctor.
- Varones Contra la Hipodérmica ! Es de hombres decir que nos recontracaga… de miedo ante la vista de las jeringas.
El doctor se resignó y le pidió a la enfermera que llamara al psiquiatra.
El psiquiatra no sólo quiso ser comprensivo, sino inquisitivo.
- Por qué nuestro horror a las agujas? – empezó el amansalocos.
Trató de averiguar nuestros más lejanos recuerdos infantiles, los hobbies de mi padre, la frecuencia con que mi madre ve musicales de televisión, por quien votó mi hermano en las elecciones de 1978 y la estatura promedio de los vecinos de mi cuadra.
Todo se lo dijimos con Virginio. Pero cuando, invocando a la DGI, quiso sacarnos datos sobre nuestras cuentas bancarias lo mandé al diablo, que no es Ministerio de Hacienda la cosa.
En un intento final, que tampoco le funcionó, nos ofreció un osito de felpa si nos dejábamos sacar sangre.
Fue todo !
Me afiancé un estetoscopio y revoleándolo sobre mi cabeza, con Virginio, que era mucho más alto que yo, agarrado del cuello salimos retrocediendo de la clínica, ante el espanto de los presentes.
Hemos quedado como cobardes, es cierto. Lo único que me reconforta es que, a raíz de esta historia, pude conocer a otros varones , verdaderos machos como yo, que no tiemblan ante el pelotón de fusilamiento pero sí ante la amenazadora presencia de una inyección.
Pensando en hacerle un bien a la humanidad, me reuní con tres de ellos:
un ex-torturador desempleado , un torero andaluz llamado "El asesino" y un antiguo jefe nazi.
Con ellos hicimos crecer la organización de auto-defensa, llamada VCH.
Nuestro lema campea glorioso sobre una bandera colorada: "Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que una aguja por el pellejo nuestro".
Ya somos cientos los afiliados. Y estoy seguro de que seremos miles.
(Nota: La fobia a las inyecciones, Tripanofobia, existe, no pretende este post más que magnificar algunos casos a nivel de ficción, para efectos de entretenimiento).
El 5 de octubre de 1921, al llegar a El Salvador los primeros sacerdotes de la congregación de le los Somascos, les fueron otorgadas una serie de parcelas para el desarrollo de proyectos educativos y religiosos en nuestro paisito de hace casi 99 agostos.
No llores Cristia .. no, no llores en la cancha que se te va a correr el rímel, hasta mis hijos con sus amigos reunidos viendo el partido se dieron cuenta que ibas a estallar en lágrimas … y salieron con el típico coro ….
Para establecer los parangones que me llevan a resolver este dilema, en El Salvador, donde todos somos réplica de alguien, en el que King Flyp es una especie de Eminem local , La Choly es el Howard Stern salvadoreño, Atlético Marte es la versión nacional del Manchester United y Omar Angulo es el Bob Dylan cuscatleco, para la mayoría de la gente yo vengo a ser una suerte de Hugh Hefner usuluteco.