Algunos gobiernos conceden Medalla al Valor a héroes de guerra, bomberos aventados y embajadores que pasaron por el país sin robarse nada ni maltratar a sus sirvientes, pero esa medalla, a mi juicio, tiene un único verdadero dueño: aquel prehistórico hombre de las cavernas que se atrevió, a inicios de la Historia, a comerse el primer huevo.
Cualquier idiota sabe (exceptuando los diputados, claro está) que los últimos descendientes de los dinosaurios que viven entre nosotros, son el avestruz y la gallina .. o sea, en épocas de las cavernas, unos cuantos años siglos después del Big Bang Boom, el señor Peter Cantropus y su amada esposa, a la que sacaba a pasear agarrándola de la cabellera, tenían algo parecido a gallinas y avestruces en los alrededores de su caverna.
O sea en plena época de cazadores y recolectores, que eso eran nuestros muy ancestros, vino una gallineta prehistórica, puso un huevo en la entrada de la cueva y el tal Peter Cantropus se rascó la cabeza durante tres horas y media (había piojos y garrapatas) tratando de averiguar que carajos era eso …
Ahora lo vemos sencillo, después de tantos siglos, engullir unos huevos revueltos con cebolla y tomate, una tortilla española o una ensalada con huevo duro. El huevo está incorporado al menú cotidiano del hombre como el más común de los alimentos y nadie se espanta.
Pero en aquella época, debió ser, realmente un huevo.
Así que aquel día, aquel hombre de Cromagnon que, hallándose con hambre, se topó con un huevo de ave prehistórica, se preguntaba qué demonios hacer con el mismo.
Desde que Peter Cantropus descubrió el huevo de ave grande, ese valeroso antropopitecus, sus sucesores han seguido ingiriendo toda clase de huevos. Los de gallina, con ser los más corrientes, no son, por supuesto, los únicos.
Siendo yo niño recuerdo que se produjo una invasión de huevos de pata al mercado nacional. Eran huevos más grandes que los de gallina y se vendían a precios más reducidos, por lo cual se pusieron en boga.
Pero los huevos de pata desaparecieron de los supermercados tan rápidamente como habían llegado allí, y no he vuelto a saber que alguien los coma o los compre. Es más: tampoco sé si las patas siguen poniendo huevos. Valdría la pena que los científicos estudiaran la cosa, porque a lo mejor las patas de hoy dan a luz sus críos sin empollarlos, como cualquier perra … uno nunca sabe, las cosas cambian tanto.
Está tan arrevesado nuestro país con esto de la corrupción y los $ 1200 millones de bonos, que de patas ovíparas y patas arriba, nadie sabe la verdad ...
La antípoda de los huevos de pata fueron los de codorniz, que llegaron a El Salvador hace unos quince años. Más caros que los de gallina y más pequeños, deben su prestigio en cocteles y ensaladas elegantes a la cualidad afrodisíaca que sus productores le atribuyen. Por mi parte, tengo dudas acerca de esta cacareada condición. Alguna vez, necesitándolo, ingerí 46 huevos de codorniz; pero sus efectos, en vez de llegar a donde deberían llegar, se me voltearon: el hígado se me volvió una licuadora y acabé vomitando dos días seguidos.
Por lo demás, si los huevos de codorniz fueran afrodisíacos sería famoso por su virilidad el macho de la emplumada especie. Y no sólo no se le nombra jamás … sino que jamás hemos escuchado el término “codornizo” … o sí?
Asaltados los nidos, Peter Cantropus, ya convertido en Chomo Sapiens pasó a buscar huevos en otros lugares, así aparecieron los huevos de tortuga (que gracias a Dios ya prohibimos… pero hay) y los de diversos peces. Entre éstos los más famosos son, por supuesto, los de esturión con los cuales se prepara el caviar. Esta supuesta exquisitez constituye, en realidad, una de las peores atrocidades de la cocina europea.
Tiene aspecto de mermelada de mora, huele a calzoncillo de pescador, sabe a tortilla hecha con harina de calcetines de futbolista y cuesta como si fuera de oro.
Lo último en huevos son los huevos de caracol. Comer caracol ya es un acto admirable; pero comer huevos de caracol no sólo es más admirable, sino que es carísimo. Un famoso delikatessen de París ha lanzado el insólito producto, cuyos recipientes de menos de dos onzas valen más de 280 dólares … pagar tanto por una naúsea?
Pero nadie debe decir de este huevo no comeré. Hace unos días, estando de vacaciones con mi esposa en país extranjero, en un restaurante , quise pedir un plato sencillo, liviano y conocido. Pensé en una sopa. Y descubrí entonces en la carta algo que me atrajo sobremanera "caldo de buey con huevos".
Lo ordené, lo esperé con confianza y cuando llegó, al cabo de diez minutos, descubrí que eran criadillas o sea … huevos de toro!
—Bien merecido por bruto —me comentó mi mujer— Sos tan dundo que aún crees que los búfalos tienen alas y los bueyes tienen huevos...
Tu ausencia de palabras, repuestas en monosílabos, tus breves conversaciones y tus largos silencios eran indicación de algo … y yo ya la veía venir desde lejos
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