Resulta que Villa San Pancracio del Retrete, era uno de los tantos poblados pequeños, parte de uno de esos tantos países latinoamericanos de los 70s gobernados por dictaduras militares.
Para ahorrar energía eléctrica, las autoridades uniformadas del país donde al norte se ubicaba el pueblo de San Pancracio del Retrete dispusieron que a las cero horas del día veinticinco los relojes se atrasaran una hora, pasando a marcar las veintitrés horas del día veinticuatro.
De este modo la gente que tuviera que levantarse a la hora cinco del día veinticinco no tendría que prender ninguna luz, ya que en realidad serían las seis y el sol estaría ya en plena actividad.
Cuando llegó el momento –las cero horas del día veinticinco– la gente de Villa San Pancracio del Retrete, obediente como era, atrasó sus relojes una hora. Fueron entonces –o volvieron a ser– las veintitrés horas del día veinticuatro.
Una hora después, los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco. La gente de San Pancracio del Retrete, obediente como era, atrasó sus relojes una hora. Volvieron a ser entonces las veintitrés horas del día veinticuatro.
Una hora después, los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco.
– Qué hago, mamá? –preguntó un joven–, atraso el reloj?
– Por supuesto, hijo: debemos ser respetuosos de las disposiciones de la autoridad –contestó la madre.
Todos los habitantes de Villa San Pancracio del Retrete obraron en consecuencia con ese precepto. Pero una hora después los relojes volvían a marcar las cero horas del día veinticinco.
Nuevamente, los pacíficos y muy obedientes habitantes de San Pancracio del Retrete atrasaron sus relojes una hora. Se pusieron entonces a esperar el transcurso de los sesenta minutos que faltaban para volver a atrasar los relojes.
Pero algunos tenían sueño y se fueron a dormir, no sin antes dejar turnos establecidos de tal modo que siempre hubiera alguien despierto a la hora de atrasar el reloj.
A la mañana siguiente seguían siendo las veintitrés horas del día veinticuatro. Una hora después eran la cero horas del día veinticinco, e inmediatamente después volvían a ser las veintitrés del día veinticuatro. Faltaban nueve horas para que abrieran las oficinas y los comercios.
El sol calentaba de tal manera que hasta los garrobos salían con sombrilla, sin embargo seguían siendo las veintitrés horas del día veinticuatro.
Una hora después faltaban ocho, pero en menos tiempo del que tardaba un gallo en cantar –y efectivamente había muchos gallos haciéndolo– volvían a faltar nueve. Los habitantes de Villa San Pancracio del Retrete, de mantenerse este estado de cosas, habrían muerto de inanición.
Sin embargo muy otra fue la causa de la tragedia …
Tres días después del cambio de hora, un funcionario del gobierno central, que pasaba por el pueblo (un General de estos de papel que se visten como que fuera la portada de Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band y que hablan KK a toneladas pero no mueven un dedo por solucionar nada) se dio cuenta del bochorno e interpretó la actitud de los lugareños como huelga general por tiempo indeterminado, y dio parte de ello a sus superiores.
Poco después, diez mil soldados entraron con helicópteros y tanques a San Pancracio del Retrete, y cargaron sobre los insurrectos … mataron cinco o seis con cara de líderes y al resto los metieron presos a saber donde … y no aparecieron más.
Los relojes del pueblo, entonces, quedaron divididos en dos categorías: los que, averiados por las balas, estaban clavados en una hora entre las veintitrés y las veinticuatro, y los que seguían marchando libremente, pudiendo llegar hasta más allá de las cero horas sin que nadie los tomara por las agujas para atrasarlos.
De todos modos, algunas horas después, ellos solitos volvían a marcar las veintitrés, como si sintieran nostalgia de sus disciplinados dueños …
Tan obedientes ellos, que ahora al fin … en paz descansan.
07:26 am suena la alarma del despertador, esta ha sonado unos minutos más tarde de lo normal, -¡!maldita alarma¡! nunca suena a la hora indicada-hubo un apagón anoche quizás; saltó de la cama como un soldado que va a la guerra, tomó una ducha rápida, me visto, no hay tiempo para combinar camisa, pantalón y corbata, salgo despavorido para el trabajo, a dos cuadras la mente me juega una mala pasada, las neuronas me recuerdan que he olvidado mi teléfono celular, -¡!maldita sea¡!-digo en mis adentros, regreso por él, llego a la parada del autobús y éste ya ha partido, no me queda más que esperar el siguiente.
Me daba muchísima pena que llegaran a la ciudad y aun no encontraran finalizada esa genial muestra de brutalidad artística: El Monumento a la Michi, que lo hallaran a medias, no sé, era una mala imagen para la ciudad de su aterrizaje ...pero bien …
Aquel instante, del 16 de julio de 1950, cuando Alcides Ghiggia toma la pelota , con el marcador Brasil 1 Uruguay 1, y la clava en el ángulo derecho para subir el marcador a 2 para los celestes y pocos minutos después, consagrar a Uruguay campeón del mundo por segunda vez, varias muertes se desencadenaron ..
11 personas se suicidaron en todo Brasil, incluso una en el mismo Maracaná, solo un hombre, viviría dos muertes, después de ese suceso.