La señorita se llamaba Amanda, tenía el pelo largo y recogido en una cola de caballo. Llevaba una mochila pequeña en la espalda. Pasó llorando por el andén izquierdo de la estación del metro, y de las diecisiete personas que cruzó en el camino, doce la escucharon llorar claramente, porque no era un llanto contenido; era un desahogo ... desgarrador.
De las doce personas que escucharon el llanto de Amanda, ocho la miraron de reojo y vieron que llevaba un celular en la mano, encendido. Los ocho pensaron lo mismo: una mala noticia. Por el tipo de llanto, la noticia podía ser la muerte repentina de un ser querido (su madre, incluso un hijo chiquito, porque Amanda debia tener entre 27 y 30 años), o también una noticia médica espantosa.
De las 8 personas que vieron a Amanda caminar con su teléfono encendido, llorando, tres se desentendieron. Las otras cinco la acompañaron con la vista y pensaron, por la velocidad decidida de Amanda, que su intención era esperar la llegada del metro para arrojarse a las vías.
Al oír el sonido de los vagones a lo lejos, Amanda se acercó todavía más al borde, sin dejar de llorar. Las cinco personas que la miraban pudieron ver que Amanda cerraba los ojos y que su equilibrio tenso se empezaba a relajar, al borde del andén.
La actitud corporal de Amanda era de nerviosismo y valentía al mismo tiempo. Cada segundo era más evidente que iba a saltar. Entonces los cinco testigos que la miraban hicieron cinco cosas completamente diferentes.
Marcos sacó su teléfono y, con precaución de no ser visto, enfocó a la chica y empezó a hacer un vivo de Instagram. Pensó inmediatamente en que quizás, esa misma noche, si había suerte, tendría por fin muchos más seguidores y su emprendimiento podría despegar.
Laura, que estaba enyesada, se alejó despacio de la situación, pero caminando para atrás. Le habían contado una vez que los cuerpos, cuando caen bajo el peso del tren, a veces explotan. Laura quería estar a distancia de cualquier pedazo de carne, pero no podía dejar de mirar.
Carlos directamente corrió a las escaleras, sin mirar para atrás, y subió a la calle con el espanto de quien estuvo a punto de ver un fantasma. Cuando era chico un tío suyo se había suicidado y él vio algo. Por eso se agitó mientras escapaba. Una vez en la calle pidió un taxi ...
Rebeca, la de mayor edad de los cinco testigos que estaban en el andén, sintió en el cuerpo un dejá vú extraño. La cercanía de la muerte, o el sonido seco de los vagones, o a Amanda resignada, algo, hizo que temblaran sus piernas de ochenta años y que sintiera ganas de llorar y de que la abrazaran. Se tuvo que sentar.
Y entre los cinco testigos únicamente Mayra tomó la decisión de acercarse a Amanda. Lo hizo despacio, para no asustarla. Cuando Mayra se ponía nerviosa hacía chocar sus dos anillos de la mano derecha. Intentó no hacerlo mientras se acercaba. Y se preguntó, cada segundo, si tenía sentido meterse en la vida de alguien en esa situación.
Amanda estaba con los ojos cerrados y los pies juntos, al borde del andén. Mayra pensó que parecía una bailarina clásica a punto de salir a escena. Los vagones se acercaban cada vez más a la estación: se podía oler el viento de la velocidad metálica de los vagones.
Mayra se acercó por detrás a Amanda, y supo que, si era necesario, podía retener a la chica del pelo. O también, de la mochila. Pero la mochila eventualmente podía zafarse del cuerpo en la caída. En cambio el pelo no. Y la chica tenía el pelo muy largo. Solo lo haría si notaba un intento claro de saltar al vacío.
Quizás, pensó Mayra, está subestimado el «no te metas». ¿Por qué deberíamos intervenir en la decisión de una persona adulta que quiere terminar con su vida? ¿Quién soy yo para agarrarla del pelo?
No hay estadísticas claras de suicido, pensó Mayra, y tocó el cabello de Amanda, pero no con la intención de salvarla. El cabello es lo único que podemos tocar de otra persona sin que se dé cuenta.
Quizás es la sociedad la que nos enseña a no meternos en estas cosas, a ocultarlas, a hacerlas tabú... En eso pensaba Mayra cuando, de repente, el tren entró a la estación, el cabello de Amanda se escurrió entre sus dedos, la chica quiso saltar al vacío, y uno de los dos brazos se quedó enganchado en un súbito impulso, en la cintura de Amanda y con una fuerza de quarter back que nunca supo de donde salió la volteó hacia el andén ... ambas cayeron de golpe sobre la plataforma de la estación.
La gente que bajaba del metro, que frenó de inmediato, no entendia que hacían dos mujeres, tiradas en el suelo,aferrándose una a la otra, con golpes, llorando aparatosamente ...
Historias tradicionales del cristianismo enlistan miles de mártires cristianos, pero la comunidad de cristianos en Roma, no alcanzaba los 2 mil habitantes en época de Nerón. Existe muy poca evidencia histórica para tales afirmaciones. En el transcurso de 300 años solamente hemos obtenido evidencia de siete u ocho persecuciones, y estás generalmente ocurrieron en las provincias. Y aun así solo tenemos un puñado de nombres.
Grave la situación en el Reino de Valetodo, mientras el Rey Vacilo II se dedica a cazar moscas contra una ventana, tratan así de mantenerlo entretenido la mayor cantidad de tiempo posible...
Dos arqueólogos, un veterano y su discípulo dirigen las excavaciones del hueco monumental en el que se hundió la ciudad de San Salvador hace doscientos años, y que han logrado hallar tras medio siglo de búsqueda ..