Sonia siempre llevaba en su carro a sus tres amigas, compañeras del equipo de Volleyball y las dejaba a cada una en su casa. Esto ocurría desde hacía dos años. Una rutina perfecta que les servía a las cuatro para conversar un rato más después del entrenamiento.
Pero esta vez, cuando ya estaban todas en el auto, Sonia miró por el espejo retrovisor, buscó los ojos de Josefina y le preguntó:
—¿Te puedo dejar última a vos?
Josefina dijo que sí. Las otras preguntaron por qué. Y Sonia minimizó:
—Una tontería, le tengo que contar un chisme de un amigo en común.
Así que Sonia dejó primero a dos de las amigas, cada una en su casa, y cuando llegó a la puerta del departamento de Josefina ya estaban solas.
—¿Me tengo que asustar? —preguntó Josefina— ¿Es algo del club? ¿Algo malo?
—¡No! No, no, no… Solamente te quiero hacer una pregunta. Es una pregunta un poco íntima, por eso no quería hacerla adelante de las chicas. ¿Puedo?
—Dale.
—Si yo te dijera, hipotéticamente, que Matías me empezó a seguir en Instagram cuando ustedes dos dejaron de salir, y que yo durante un tiempo ni le respondía las insinuaciones por respeto a vos (me mandaba fueguitos, me likeaba las fotos), pero como un día te vi en los entrenamientos mucho más entera, como que ya habías superado un poco la relación con Matias, entonces le respondí un DM que me había mandado, invitándome a salir, y yo le dije que no sabía, pero un poco me puse histérica , y después le dije que sí, que salgamos, etcétera. Si yo te dijera que capaz la semana que viene salgo con Matías, ¿estaría todo bien entre nosotras?
Josefina ni siquiera se había pasado al asiento de adelante cuando Sonia le hizo esta pregunta. Así que mantuvo la respuesta en suspenso desde que se bajó del auto hasta que se volvió a subir al asiento del copiloto. Cerró la puerta, miró a Sonia a los ojos y dijo:
—Amiga, hacé lo que quieras. Matías no es de mi propiedad. Hace tres, cuatro meses que ya no salimos.
Sonia se alegró. Dijo:
—¡Ah, qué alivio! Yo sabía que no me estaba mandando una cagada. Me sacás un peso de encima… Te hago otra pregunta entonces. Si yo te dijera, hagamos de cuenta Josefina, que en realidad Matías no me empezó a seguir cuando ustedes dejaron de verse, porque nos conocíamos de antes, del club, yo lo vi una vez que te pasó a buscar en la moto; y después de eso coincidimos en el cumpleaños de Laura, que vos no viniste porque estabas en el Centroamericano; en esa fiesta Matías estaba porque es amigo del hermano, él no sabía que yo era yo, es decir, que yo soy tu amiga, pero yo sí sabía que él era él, pero yo estaba muy borracha, y después nos pasamos los Instagram; si yo te dijera eso ¿todo bien, también?
Josefina suspiró en el auto. Trataba de asimilar cada palabra. Le costaba mucho sentirse traicionada. Sobre todo porque la traición ocurre en el pasado, es una segunda versión de tu propia historia que desconocías y que de repente alguien modifica para que sientas rabia en diferido.
Ahí, en un auto, a la noche, Josefina se empezaba a preguntar, en silencio, «cuántas veces se habrán reído de mí estos dos», pero tampoco le quería dar el gusto a su amiga. Entonces le dijo:
—No te preocupes, ¿cuánto hace de eso? El cumpleaños, el Centromericano, pasaron dos años… Ya está. Matías siempre fue mujeriego, por eso no estoy con él. Ya pasé página. Todo bien, amiga. ¿Adelante!
—¡Ah, qué linda que sos! —dijo Sonia— Yo siempre supe que vos estás más allá de todo, que sos como una líder para nosotras. No solamente adentro de la cancha… ¡en la vida! Y en base a esta admiración que siento por vos, me animo a hacerte otra pregunta. Si yo te dijera, hagamos de cuenta, que cuando Matías salía con vos él estuvo a punto de dejarte, pero justo fue cuando quedaste embarazada y entonces él se quedó con vos, por lástima, y que cuando perdiste el embarazo (que obviamente solo lo saben vos y él, yo lo sé de rebote pero jamás se lo dije a nadie, porque te quiero y te respeto), que cuando perdiste el embarazo él me empezó a prometer que te iba a ir dejando de a poco, que le daba pena, y que exactamente el día que te dejó, el mismo día, un martes (me acuerdo como si fuera hoy) de hace dos meses, él llegó a casa y me pidió matrimonio…
Podés creer… Si yo te dijera que me caso con Matías en septiembre, ¿todo bien? Quiero decir, no te estoy pidiendo permiso para casarme, pero… ¿todo bien entre nosotras?
Josefina miró a la persona que conducía ese auto, ese auto en el que seguramente había subido Matías mil veces sin que ella lo supiera, y le dijo:
—Son muchas preguntas, Sonia. Muchas preguntas y muchas noticias al mismo tiempo. Pero sí. Te respondo que sí a todo. Quedate tranquila, Casate tranquila. Te respondo a todo que sí. Sobre todo a la primera de las preguntas que me hiciste. La respuesta es sí.
Sonia se quedó pensando.
—¿Cuál era la primera? Ya no me acuerdo —le dijo.
—Tu primera pregunta —dijo Josefina— Tu primera pregunta fue:
«¿Te puedo dejar última a vos?».
La respuesta es: sí, pudiste, amiga.
Pudiste
No pretendo ser crítico cinematográfico, nada más alejado de eso, voy una o dos veces al cine al año, si la película me llama la atención, si no, eso de pasarme dos horas sentado viendo una enorme pantallota me suena a pérdida de tiempo …
El desarrollo de los tiempos, nos va tratando a las patadas, es un caso muy complicado, el sentir que no pertenecés a nadie, ni a ningún lado; me costó trabajo entender, en definitiva, que en nuestro país la polarización no se basa en “Yo soy derecha” y “Yo soy izquierda” (conceptos que quedaron obsoletos en los 80s) no basta con apoyar una “x” tendencia religiosa, por decir algo, hay que también detestar a “y” o sea la tendencia opuesta …
Un día de estos, revisando entre tantos libros de biografía que tengo, y que he releído tantas veces, me encontré con una biografía de Walter Lippman, conocido comunicador y filósofo, donde un párrafo me causó enorme preocupación: