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Y era lo que se llamaba una mujer pública, cómo explicarlo sin decir la palabra? Realizaba  trabajos nocturnos y no precisamente de enfermera en un hospital, alquilaba sus besos y vendía romances en camas de moteles y pensiones…

Se llamaba Esperanza y no tenía ninguna… salía de noche, dormía toda la mañana, y lógicamente lo que hacía, no lo hacía por diversión  o porque le gustara, era simplemente su manera de ganarse la vida. Llegada a la capital hacía ya siete años en busca de un mejor futuro que el que su pueblo y la pobreza de su familia le deparaba, fue a caer, como tantas, a la oscuridad del amor por alquiler…

Y sin embargo, nadie podía apreciar debajo de las capas de maquillaje y las faldas provocativas su verdadero ser, sensible y sentimental, capaz de tomar fantasías de la vida real  y así esconderse de todo aquello que le habitaba, de gordos sudorosos de cinco minutos de pasada, de extranjeros peludos vaciándose en su interior, hasta de alguna dama de sociedad que la requería de cuando en vez.

Y dormía en su propia cama, cuando la noche era mala, y se refugiaba en la poesía, y escribía bellísimos poemas acerca del romance entre un colibrí y una ballena, acerca de un mundo irreal y cristalino donde debía y  quería vivir…

Se llamaba Esperanza y no tenía ninguna… y escribía sus poemas entre cliente y cliente, y tenía algo nuevo que decir, pero esta ciudad y las noches de callejones malolientes no tenían nada que escuchar, y sus poemas, su máximo refugio, su dilatada fantasía no encontraban eco en los oídos de nadie…

Y era perseguida por la sombra de la noche, por policías y ladrones, el mismo peligro en cada corredor, y sus amantes de ocasión solían susurrar “te quiero, te amo” en sus oídos, pero eran palabras en vano, dichas a ella pensando en otras, ella soñaba  con sus poemas y su mundo irreal y cristalino donde algún día podría vivir sin hacer lo que hacía, sin tener que aguantar esa realidad tan falsa y vacía…

Se hacía llamar Kiki, a efectos de proteger su identidad, sin embargo sus poemas, los poemas, los firmaba con su nombre verdadero.

Se llamaba Esperanza y no tenía ninguna esperanza de salir de esa ruina, a no ser por sus ballenas, sus colibríes, y su mundo irreal y cristalino, que al ser firmados con su propio nombre, la acompañaron con sus poca pertenencias, la madrugada que apareció sin vida, inerte, sin causa conocida, entre las sábanas sucias de un albergue de paso, de cinco dólares el cuarto …

… una madrugada del siglo XX.

 

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