Martin era uno de aquellos a quienes (los que nos quedamos) llamamos hermanos lejanos (a los que se fueron).
Nada de convicción ni ganas de conocer mundo, se marchó por necesidad, porque necesitaba de alguna manera mantener a su esposa a quien adoraba y a sus hijos que eran toda su devoción…mandando dinero cada mes, el que ganaba solo Dios sabe como ...
Así que un buen día, de hace unos cuantos años, se puso las ilusiones al hombro y se marchó a una ciudad estadounidense cualquiera (póngale usted el nombre), la historia es lo suficientemente repetitiva para caber en todas.
Mientras Martín trabajó con el amigo cercano de un primo lejano que prometió ayudar, de lavacopas, despachador de gasolina, albañil y otros tantos oficios que desempeñamos los salvadoreños en el reino del norte, lo fue invadiendo una sensación, bastante parecida a la nostalgia, bastante similar a la desazón…
La de sentirse y saberse solo en tierras extrañas habitadas por gentes que en el alma habían criado telarañas, donde no encontraba ni una mano amiga, ni nadie con quien hablar, ni un poco de paz y sosiego, donde hacía frio y el sol siempre estaba ausente… en fin comenzó a extrañar su tierra repleta de primaveras…
Para colmo, los dólares eran escasos y aun más escasas las cartas que recibía de su esposa con noticias de sus pequeños, era una sensación de soledad desgarradora y opresiva… bastante parecida a la nostalgia, bastante similar a la desazón…
Hasta que un día después de pelearse con un dueño de taxi que él manejaba en las madrugadas, al que habían chocando, sin ser Martin el culpable, no pudo más… dejo al furibundo patrón lanzando gritos en algún idioma que nunca alcanzó a entender, sacó su dinero guardado y pudo armar el viaje de vuelta…
Regresó sin avisar, era de noche cuando sus ojos llenos de recuerdos e imágenes divisaron su casa pequeña pero fraternal ... suya, tocó la puerta y abrió su mujer…
Pero la mirada no era de alegría y de sorpresa como Martín la había imaginado, era más bien tirando al miedo y a la disculpa anticipada, sus dos niños ya mas crecidos tuvieron que mirarlo un buen rato para reconocer en Martín al padre que se había marchado hacia algunos años…
Entonces Martín dio un beso a cada uno de los niños y se fue, le había tomado apenas segundos detectar sobre su sillón un saco de hombre que no era suyo y escuchar desde el baño una voz de hombre, que tampoco era la propia, pidiendo una toalla… asomaban un par de zapatos, que no eran los suyos, gastados y llenos de kilómetros caminados, por debajo de la cama.
Y se marchó, con el paso corto e incierto de quien no sabe donde va, con la lágrima a flor de párpado, esa sensación bastante parecida a la nostalgia y al fantasma implacable de la soledad, esperándolo a la vuelta de la esquina …
… donde dobla el tiempo.
Éramos independientes, libres, tan libres que ni vestirnos necesitábamos, porque nadie había venido a decirnos que nuestras partes pudendas, eran nuestras vergüenzas ….
El caso es totalmente real, y por loco y absurdo que suene, denota uno de los graves problemas de nuestra sociedad al que suele ponérsele poca atención … nuestra cotidiana salud mental.
Cantina: Dícese de aquel perrito tan fino que en lugar de bañarlo en el patio, lo bañan en la tina.