
Yo debía tener, a lo sumo diez años, pequeño inquisidor, curioso investigador de cualquier cosa que surgiera, en aquellos veranos eternos, cuando todos los primos, en vacaciones escolares, éramos mandados al campo para “endurecer nuestro carácter”.
-Estoy un poco indispuesta – decía una de mis primas mayores- Creo que mañana viene Régulo Rojas de visita.
-Ay hija te entiendo – le decía mi tía – la última visita de Régulo te fue mal, así que traje buscapina.
-Ufff menos mal – decía otra prima mayor - a mi Régulo Rojas me dejó en paz el miércoles pasado, ya puedo cabalgar tranquila …
Y es cierto esta última prima, pasó una semana sin subirse a los caballos, siendo fanática de la equitación y del miércoles para acá, ahí andaba al galope tendido …
Pero yo no había visto a ningún Régulo Rojas, ningún extraño llegar a la finca, pregunté a los peones y todos me dijeron que no conocían a nadie de ese nombre …
Le pregunte a mi tía entonces, fui a la fuente …
-Es un señor muy molesto que viene de visita cada mes.
-Algo así como un cobrador ? El señor que viene por el pago del alquiler ?
-Peor, mijo, peor – me respondía mi tía.
Al día siguiente mi prima Dalila, ni se levantaba de la cama, dolorida. A mí, debo decir, mi prima Dalila me fascinaba, era unos tres o cuatro años mayor que yo, y a esa edad, eso era un abismo. Además no era “prima prima” como tal, era hija de un primo de mi papá, o sea “prima de pueblo chico” donde todos somos primos.
Así que en defensa de mi amada, al mes siguiente, cuando la indisposición previa asomaba, decidí montar guardia toda la noche en la tranquera de la finca, armado con una escopeta “matagatos” que no funcionaba desde 1933, un casco de guerra, un impermeable porque era noche de lluvia y una linterna.
-No seas tontito Martín – me dijo mi tía – quédate en la casa, Régulo Rojas va a entrar aunque tu estés o no vigilando la portera, verás Martincito – mi tía me quiso explicar, pero vio mi inocencia de 10 años reflejada en mis ojos y lo dejó así …
Para hacerla corta, pasé toda la noche, empapado bajo una lluvia feroz, vigilando la tranquera, nadie llegó, nadie se asomó, los zancudos se chuparon toda mi sangre, y el tal Régulo Rojas jamás se acercó a la puerta.

Tres peones en carreta me llevaron con altas temperaturas, al amanecer hasta la casa, y de ahí derecho al hospital de la ciudad, mis padres estaban furiosos conmigo por mi “aventura” y lo peor: Régulo Rojas siempre llegó … Dalila estaba en cama otra vez.
Pasaron los años, pasan los pasan, los “primos” que sacábamos mejores notas, íbamos a estudiar la Universidad a la capital, Dalila y yo fuimos a parar a esos estudios, ella seguía Medicina, yo Ingeniería, pero en las materias comunes terminamos siendo compañeros, como en matemáticas yo era bueno, Dalila se venía a estudiar conmigo a mi pensión estudiantil, y yo le explicaba …
Risas van, caricias vienen, surgió algo muy bonito entre nosotros, las noches de estudio se hicieron más frecuentes, las caricias más punzantes … una noche el calor de los cuerpos topó en “overload” y Dalila me susurró, entre sílabas, vacilando …
-Martín, si va a pasar algo, tiene que ser hoy, mañana viene Régulo Rojas.
Y recién ahí, a los 18 años … por fin logré descubrir quién era el
… tal Régulo Rojas
… y que no se derrotaba con escopetas “matagatos” viejas bajo la lluvia
… sino con besos, mimos, mucho cariño, respeto y paciencia
... pero sobre todo, muchísima ... paciencia !

Antes que dominaran la zona los Iberos (nombre que se les da a los nativos a las orillas del Río Ebro), la zona de Emporio, colonia fenicio/griega enclavada en el Mediterráneo al norte de lo que se llamó Barcino, Badalona y hoy Barcelona, fue desde siempre, una zona muy independiente de lo que pasaba en España (Hispania Ulterior) al sur oeste y Francia al norte.
Leticio vivía desde hacía diez años con su esposa, a la que amaba con la misma intensidad que el primer día, o quizás todavía más, y con su suegra … a la que aborrecía también con la misma intensidad con la que la había venido aborreciendo todos esos años, o incluso más.
Grigori Rasputin fue un óscuro personaje místico ruso y hombre santo autoproclamado, que ganó el favor del zar Nicolás II y la zarina Alexandra a través de su habilidad para detener el sangrado de su hijo hemofílico, Alexei, en 1908.