Yo me descerebré, literalmente, desde los inicios de mis primeros signos de pubertad, a pura pantalla gigantesca de cine …
Llegar a tener una “Playboy” propia era algo inalcanzable en aquellos años, a lo sumo, teníamos una en comunidad, entre 7 pre adolescentes, toda arrugada y estrujada y teníamos posesión de la misma un día a la semana cada uno.
Eso si, cuando yo tenía trece años, las divas sexuales de la pantalla eran mujeres hechas y derechas cuya sola presencia en la pantalla, despertaba un uuhhhh sordo en la platea. Podían ir vestidas con retazos de colchoneta, como los astronautas, o adustamente ataviadas de oficinista. No importaba. El uuuuhhhh era el mismo, porque cuando aparecían Sofia, Brigitte, Laura, Raquel o Gina (Loren, Bardot, Antonelli, Welch y Lollobrigida) lo que ocurría en la pantalla no era simplemente la proyección de una imagen grabada en celuloide, sino la mágica materialización de una leyenda sexual a pocos metros de nuestras butacas.
Y sin embargo tan lejanas, tan distantes, encerradas en un cónclave (con llave).
Entonces nos hundíamos en ellas- en las leyendas y butacas-, nos hundíamos tibiamente, extasiados en la contemplación de unas mujeres que eran de este mundo pero que, sin embargo, estaban vivas del todo en ese mismo instante en algún lugar inalcanzable, tal vez en brazos de un beisbolista tomando champaña al lado de un multimillonario de blazer con botones dorados y bufanda de seda blanca.
Eso si, sin silicones, son senos postizos, con sus vellosidades en el Monte de Venus donde corresponde, naturales …. Aunque la toma las enfocara a doscientos metros de distancia nadando en una poza, eran naturales, muy naturales …
Cuando terminaba la película, estallaba el sueño como una bomba de jabón y volamos a la dura realidad del bus amarillo, de la previa de química . Esa noche, mientras ascendían del plato “los ángeles domésticos del humo de la sopa”, el paladar estaba allí, padeciendo el sabor del sopon dominical, pero la mente giraba en otra parte: en un apartamento de Paris donde habíamos visto a Brigitte, en una calle de Nueva York donde le habían crecido alas a la falda de Marilyn, en un pueblo italiano de la montaña donde recogía leña con un breve vestido Gina en el borde del río donde Sofía cortaba arroz.
Fue por esa época cuando, convertí mi cuarto en un pequeño altar a las actrices que compensaban con sus películas adoradas, las horas amargas de las lecciones de álgebra.
O sea mi propio cónclave de divas ... aún vivas.
Con la complicidad de algunos amigos que compartían los mismos sueños me dedique a recortar de revistas y periódicos, fotografías de las preferidas. Descubrí en una Life vieja a una de la cual sigo febricitantemente enamorado: Ornella Muti. Sus fotos pasaron a ocupar la cabecera de la cama, luego de que el sacrílego descenso de un cuadro piadoso que me había regalado mi abuela y que presidía la pared provocó un escándalo familiar.
Eliminada la incómoda presencia del santo, las divas del cine se tomaron a grandes velocidades las paredes restantes, desalojaron del tabique de madera todo menos el banderín de Firpo, me obligaron a descolgar fotografías familiares, llenaron la puerta primero por detrás y luego por delante (mi mamá consideró esto último un desborde de la autonomía que me concedía sobre mi celda) y, en un gesto final, se apoderaron del techo.
Un día, algunos años después, la casa fue vendida. El evaluador, en una primera inspección, señaló que podía venderse en 250 mil colones (de entonces, claro). Después la visitó más detenidamente y, auscultando todos los rincones, entró a mi celda. El buen hombre (60 años, mujer gorda, vida de privaciones) abrió los ojos con pasmo cuando se vio rodeado de actrices hermosas por todas partes. El perito hizo algunas anotaciones en su libreta. Y al final señaló sentenciosamente que se había equivocado en su primera justipreciación. La Casa no valía 250 mil colones. La casa valía 175 mil. La diferencia era lo que había que gastar en la reconstrucción de mi cuarto.
Fue un golpe desmoralizador contra mi colección de símbolos sexuales cinematográficos, tan arduamente lograda. Pero lo que más me dolió fue que el evaluador, al despedirse, se negó discretamente a darme la mano.
Los fabricantes de mitos quisieron sustituir imagen del símbolo sexual por artificios nuevos … full colágeno y pezones mal alineados.
En la estereotipada caída que está dando Hollywood en su afán por llenar el vacío de los Grandes Divas Muertas, es posible que aparezcan desde esperpentos como las Kardishian hasta lo poco salvable como Scarlett Johansen … y así seguirán, hasta que llegue el día en que traten de vendernos al Bebé Gerber como sustituto erótico de Marilyn Monroe.
Será entonces el momento de no volver a cine y encerrarse-es un decir, porque ni los cines ni las grandes pantallas existen ya, en mi viejo cuarto empapelado de actrices de cine, mujeres hechas y derechas que nos ayudaron con sus ojos entrecerrados y su sonrisa inquietante a que fueran menos difíciles los tiempos en que el sexto mandamiento (“Serás puro y casto, en actos y palabras”) ..
... parecía estar escrito en letras de neón.
El caso es totalmente real, y por loco y absurdo que suene, denota uno de los graves problemas de nuestra sociedad al que suele ponérsele poca atención … nuestra cotidiana salud mental.
Estando desempleado la mente se te llena de ideas unas buenas y otras malas, por no decir que algunas son peores, la desesperación por encontrar otro trabajo me tenía algo agobiado, era obvio que tendría que buscar uno y rápido, ya que la indemnización que me dieron del trabajo anterior estaba por dar sus últimos suspiros.
Te miro mirándome
y tú sabes perfectamente bien
que miro que me miras cuando te miro.