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"Toda mi vida fui muy sola; por eso me he metido en tanto camino oscuro, soy la mujer más fea del planeta"(Violeta Parra)

Cuenta la anécdota, que desde adolescente, Violeta Parra recorrió las aldeas polvorientas de Chile a en un circo ambulante. Ella y su hermano Lalo entretenían al público rasgueando cuecas en la guitarra.

Una noche, en Curacaví, cansado y mal alimentado, Lalo apenas modula las palabras. Violeta trata de animarlo con la mirada y, al no conseguirlo, pierde la paciencia, le da un puntapié y le dice:

-          “Canta fuerte, mierda!”

Los campesinos tristes, pobres del todo, poseedores de nada, reciben la frase con un aplauso y terminan coreándola entre risas.

"Cantá fuerte, mierda!" fue más que una expresión para sacudir a Lalo. Fue el principio vital que estimuló a Violeta Parra desde que nació, en San Carlos, sur de Chile, el 5 de octubre de 1917.

Que el pueblo chileno cantara fuerte ….

Hijos de la más abyecta pobreza

Los hijos de doña Clarisa -que cosía en una Singer remendada con alambres- y don Nicanor -un maestro que rara vez hallaba empleo, fueron muchos y muy pobres. Rebuscaban monedas robando flores en el cementerio, ayudando en labores domésticas en el vecindario o vendiendo empanadas.

Hasta que descubrieron la música, escondida en una vieja guitarra de familia. La música los sedujo primero, los secuestró después y terminó por rescatarlos.

Por ella Violeta y su hermana Hilda viajaron a Santiago en 1933 e iniciaron una vida modesta de artistas de barriada. Nicanor, hermano mayor, poeta y maestro, les pagaba la posada. Y como no hay nadie más solidario que un pobre, pronto eran cuatro los hermanos hacinados en una habitación. Allí casó por primera vez Violeta con un obrero ferroviario. Allí tuvo a sus hijos Isabel y Ángel. Allí se interesó por la política.

El Frente Popular Socialista caminaba con pasos de gigantes y los Parra se sumaron entusiastas a la campaña. La izquierda cantó fuerte, mierda, y ganó las elecciones en 1945, pero perdió el poder porque Gabriel González Videla, elegido con sus votos, se entregó a los intereses conservadores.

Violeta surge y crece

Para entonces Violeta recogía en campos y salitrales el folclor chileno, del cual se nutre buena parte de su obra. En 1955, recibió una invitación para acudir al Festival de la Juventud en Polonia.

Así comienza su etapa europea, que incluye un novio español, una temporada artística en París y el mito del inmigrante suramericano en Europa.

Pasado año y medio, Violeta vuelve a Santiago acosada por las nostalgias y atiborrada de proyectos. No más llegar conoce a Gilbert Favré, un suizo 18 años más joven, que vive con ella entre 1960 y 1965, la rejuvenece (“Volver a los diecisiete”) y al final se marcha solo a Bolivia, donde llega a ser quenista del conjunto Los Jairas.

El Gringo fue luz de las más grandes alegrías de Violeta, como la inauguración de una gran carpa artística popular en el parque La Quintrala en 1965, y fantasma de sus mayores penas, como cuando tuvo su primer intento de suicidio, en 1966.  La llevaron a tiempo al hospital y ella se levantó y compuso entre vendajes “Gracias a la vida.”

La década de los sesenta sacudió la música y la política en América Latina. Surgió un poderoso movimiento folclórico que pretendía ser también anuncio de tiempos más justos. Florecieron las peñas de aires típicos, los sones de la revolución cubana, los cantores del pueblo como Víctor Jara, los grupos que interpretaban nuevas versiones de “La tortilla”.

 

       “Que la tortilla se vuelva

       Que los pobres coman pan

       Y los ricos, mierda mierda”

 

La vida de Violeta anticipó, a modo de parábola personal, lo que estaba a punto de suceder en el continente.

Mucha vida para tan poca muerte

El 5 de febrero de 1967, deprimida y sola, se encierra en su carpa y, al filo de las seis de la tarde, se dispara un tiro en la sien. Tenía 49 años. Al día siguiente, más de 10.000 chilenos desfilan en su entierro llorando y cantando fuerte.

La gloria de Violeta ha volado tras de su muerte mucho más de lo que voló en vida su fama, pero su retrato permanece inconcluso. 

A Violeta Parra hay que mirarla desde las gradas, sentados entre el público, hombro a hombro con un campesino viejo, un estudiante joven, una baronesa europea, un minero de pellejo oscuro. Hay que oír el rumor que la juzga y la aplaude, pues su vida transcurrió a la vista de la gente, con una guitarra en el regazo. Cantó en casas, calles, tabernas, campos de labranza, teatros, circos, clubes sociales (una sola vez, a decir verdad, y agarró a zapatazos al gerente cuando pretendió que almorzara en la cocina), plazas, barcos, trenes, estudios, aulas, estadios...

Cantó para protestar, para recordar, para enamorar, para olvidar, para sonreír, para llorar …

"¡Cantá fuerte, mierda!".

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