Se acabó el “no estoy para nadie”, “no me pasen llamadas”, “no estoy”, se acabó tu individualidad …
Se terminó ese pequeño espacio personal en el que podíamos refugiarnos y estar a solas con nosotros mismos; ahora,estar es equivalente a ser.
No tantos años atrás, algunos de ustedes recordarán, podíamos simplemente no estar. "No estoy" era una respuesta aceptable. No importaba por qué ni lo que estábamos haciendo. Quizás sólo nos echábamos una siestita, habíamos encontrado -por fin- tiempo para leer nuestro libro o estábamos arreglando una lámpara de techo.
El hecho es que hubo un tiempo en el que teníamos el derecho de no estar.
Y lo peor es que hemos toamdo como costumbre este estado de cosas. No es sólo que Facebook, Google, Apple (entre muchos otros) saben de usted más que su familia: dónde estás, qué buscás, qué mirás, qué te gusta, qué comprás, qué película vas a ir a ver, cuándo vas a viajar y adónde.
Es la peor pesadilla de George Orwell hecha realidad.
Además, ahora, también tu círculo de amigos, familiares, conocidos, allegados, parientes próximos y lejanos, colegas, correligionarios y afines dan por sentado que ese espacio personal irreductible ha colapsado hasta volverse una entidad imaginaria. Dan por sentado que siempre estás. Es una confusión que proviene, tal vez, de esa existencia virtual, cada vez más inquisitiva, a la que nos ha lanzado nuestro entusiasmo por estar perpetuamente conectados.
Supongo que es por eso que, si no respondés un mail enseguida, al toque, ya mismo, el remitente te empieza a hablar por Skype. "Es que te vi conectado", argumenta.
Cerrás sesión en la PC, pero sigue activa en el celular.
Cerrás en el celular, pero en la computadora de la oficina Skype sigue vivo.
Así que el chasquido de ese mensajero repiquetea con insistencia justo cuando estás esperando que la encargada de cuentas te atienda en el banco o pagando la compra del mes en el supermercado. Si no respondés, es porque intentás no estar.
Entonces cae la artillería pesada: aka WhatsApp.
Ay, WhatsApp! No sé qué te hicieron, pero realmente lo hicieron bien. Terminaron de aniquilar nuestro espacio vital …
Por contestar esa idiotez, uno es capaz de reventarse la madre con el camión que frenó de improviso al frente de su vehículo, interrumpir una petición de mano, hasta forzar un coitus interruptus …
En fin, habiendo ignorado los muchos WhatsApp y los mensajitos circulares de Facebook, mientras estás cargando las bolsas del supermercado en tu carro o cuando finalmente te atendieron en el banco, te suena el celular. Es un alivio, en un punto. Tiene ese instante de paz que deviene del aceptar un hecho consumado. Porque ahora apagás el teléfono. Ya. Fue suficiente. Se terminó. No me dejan en paz? Ahí tienen: apago el teléfono. Es la versión contemporánea de "El señor no está".
Es un portazo a distancia. Pero es una victoria efímera.
Porque antes los teléfonos tenían códigos. Lo apagabas y listo. Ahora ya no es tan simple. Varias horas después, cuando vuelvas a encender el celular, la telefónica podría enviarle un SMS a esa persona que con tanta insistencia te estaba buscando, informándole que tu número está otra vez disponible. Una función muy útil, la mayoría de las veces, pero que le da a los que no tienen ni mierda que hacer una precisión quirúrgica para volver a hostigarte.
Se acuerda usted de ese día de descanso que se tomó en la montaña alguna vez, donde no había un carajo de señal y en el que descubrió que existe algo llamado silencio?
Mails, Skype, más WhatsApp, Twitter, Facebook, Instagram, Periscope, Pinterest, actualizaciones de apps y del sistema operativo, alertas por tormentas, lluvias y vientos fuertes, llamadas perdidas, SMS por llamadas perdidas, y todo acompañado por los ringtones distintivos … basta !
Usted está agotado. Y no por trabajar, no ha trabajado nada por estar contestando tanto mensaje
Más tarde, usted hace un descubrimiento todavía más abrumador. Ninguno, ni uno solo de todos esos mensajes urgentes, imperiosos y apremiantes era ni urgente ni imperioso ni apremiante.
Por eso hubo un tiempo en que podías decir "No estoy" y no pasaba nada.
Por eso hubo un tiempo en que no confundíamos el estar con el ser.
No me vengan con sildenafiles, tadafilos, yohibinas, cocteles de crustáceos diversos, hierbas afrodisíacas variopintas, sopa de tigre, huevos de toro …nada, lo que manda es la líbido !
“Es algo así como ver porno japonés
nadie sabe de qué hablan
pero todos saben de qué trata”
(Filósofo Usuluteco anónimo).
En el ángulo noroeste de mi habitación, en diagonal a mi cama, hay una cámara de vigilancia de marca Panasonic. Es negra y persistente como un remordimiento; sigilosa y entrometida como una suegra que sospecha algo; memoriosa y tosca como una elefanta.