Hasta el extremo que lo que me fue quedando de ti fue una
mancha roja, y te fuiste volatilizando, o atomizado, o
metamorfoseando, en sabe la ciencia que extraño fenómeno, que
lo único que alcancé a ver fue una gran aureola roja a lo largo del
pasillo producto de tus entradas y venidas, y ya me fue imposible
distinguir tus rasgos, tus facciones, tus gestos, era como un rayo
catódico de aquellos que nos enseñaban en la escuela primaria que
iba y venía de la puerta de casa al dormitorio y viceversa, debes de haber
superado la velocidad de la luz con tus indecisiones, pienso yo…
No sé… siempre fui medio bruto para esto de la física.
Y esto duró mas de tres días en los que yo fui incapaz de
moverme del sillón de la sala y observar el fenómeno de tu
abandonarme y volver a mi, incesantemente, día y noche, hasta
que la mancha roja se fue reduciendo de tamaño, yo calculo que
era porque la velocidad de tus indecisiones iba en aumento y se
convirtió casi en una huella permanente en el corredor, que yo
sabía que eras tú pero no sabia que hacer para detenerte o retenerte…
Entonces creo que me quedé dormido, y llegó la señora de la
limpieza que viene los martes y sábados, y al ver la mancha roja le
pasó el trapeador encima sin que yo me diera cuenta, que se yo,
confundiéndola con una mancha de pintura o algo así y al despertarme
yo… la mancha que eras tu ya no estaba y le pregunté a la señora y
me dijo “no se preocupe, que es mi trabajo señor” y aquí me quedé
sentado, sin entender nada….
Y lo que es peor sin saber en cual de todas las sucias cloacas y
alcantarillas de esta nauseabunda ciudad
fue a parar,
el secreto
de tu volátil corazón…
Obviamente, soy católico practicante, no creo en la reencarnación, pero fíjense que después de escuchar tantas tonterías de “celebridades” al respecto, he sacado mis propias conclusiones, solo para divertirme.
Carta de Edison a Candelaria de Luz …
Augusto en Agosto (que todavía no se llamaba como tal sino Sextil, y de eso se trata esa historia), se regodeaba en su reclinatorio en el Palacio Palatino, refrescándose sus imperiales gónadas con hojas de palma que batían esclavos y esclavas númidas (por las dudas, nunca se supo bien para que lado pateaba el tal Octavio Augusto).