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1ghgjhgTe ruego encarecidamente, no sabés de entrada el suplicio que significa en San Salvador, trasladarse ( ya no solo lunes, viernes y sábados al mediodía, sino todos los días al salir de trabajar ) de un lado a otro… hora y media para 15 cuadras más o menos !

Entendeme, y eso solo para llegar a casa, bañarse, encima ponerse corbata (tortura extrema de las 150 sombras) y volver a salir a soplarse otra lluvia de caos de escapes, gasolina gastada en no llegar a ninguna parte … para poder asistir a tu (su) bendito cóctel.

Solo hay una clase de personas a las que les gusta encaramarse a la silla del odontólogo …son los masoquistas. Y solo hay una clase de personas que gozan en los cocteles. Son los ociosos, influencers, youtubers y todos aquellos que están muy ocupados haciendo nada.

La dosis de masoquistas que todos escondemos en un recoveco del alma nos conduce a la dentista. Y ese grano de influencers de nada que todos guardamos en el fondo es lo que nos hace ir, mucho o poco, a los cocteles.

Hay que ver lo que son los cocteles en San Salvador! La invitación -que, por lo general, viene casi con carácter de obligatorio, nos impulsa a asistir a cada bodrio, solo porque presentan un nuevo producto de especial interés únicamente para quienes lo producen y lo van a comercializar …

las reglas del yale club como debe vestir un hombre de negocios

«Fulano de tal (aquí el nombre de la empresa u oferente) tiene el gusto de invitar a usted al coctel (los más elegantes escriben cocktail) que, con motivo de (un nuevo aniversario, el lanzamiento de un producto, el homenaje a alguien) ofreceré el miércoles tal de tales a las 6 p.m.». Y, en seguida, el lugar de sacrificio, un número telefónico y RSVP.

Esta última fórmula significa, como todo ejecutivo enterado lo sabe y como todo capitalino culto lo pronuncia. «repondé sivuplé». Es decir, responda por favor. O avise si va a venir. O no se haga el pendejo.

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La razón de este protocolo es muy sencilla: las bocas y el guaro están muy caros, , y el oferente aspira a precisar de la manera más exacta posible el número real de asistentes a fin de no terminar la noche con un copioso remanente de bocaditos que le costaron un ojo de la cara, con los cuales no se puede hacer «recalentado» y que acaban comiéndoselos a hurtadillas los empleados del hotel, o los familiares de las señoras obesas que los organizan.

A los cocteles se llega en traje de coctel, como es obvio. Que es como el traje de calle, pero de una calle un poco más elegante. Se supone que los señores deben llevar vestido oscuro y zapatos negros. Y corresponde a las señoras acicalarse un poco más, embutirse en un vestido más atractivo que el que emplean para ir a la oficina y cambiar los zapatos de plataforma por unos altos que no vayan a ser amarillos.

A quienes no usamos por lo regular corbata y preferimos el blue jean y la camiseta de Firpo de 1992, se nos mira en los cocteles con el mismo desagrado con que los dueños de casa que ofrecen una fiesta miran al tío borrachito o al primo pobre. No nos quieren.

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Una vez vestidos como toca –nada de saco verde perico con pantalón blanco ni cosas por el estilo-, los invitados empiezan a llegar al salón donde se ofrece el coctel. Este tiene siempre una característica: no hay asientos. Mediante tal recurso se obliga a los asistentes a permanecer de pie durante una o dos horas y a abandonar la reunión cuando empiezan a sentir los fémures de algodón.

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Si, por casualidad, hay unos cuantos asientos, el coctel termina mal: en ellos se instalan cuatro o seis animados amigos -la mitad, por lo general, periodistas y metidos diversos, que se dedican a beber oceánicamente para hacerle un hoyo grande al anfitrión. Muchas veces hay que sacarlos en andas a la madrugada, con la corbata chorreada de mayonesa, el saco húmedo por un vaso de whisky que se derramó y el pelo hecho una lástima.

Para eso tanto apuro ? Y tragarme horas de tráfico ??

No me jodas …. *

*(Ojo !! Esto sigue mañana ...)

 

 

 

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