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Cocktail Party

Nos quedamos hablando del grave problema de la escasez de asientos y la abundancia de bolos en los cócteles, las estimadas señoras y señoritas que poseen un buen busto y lo “presumen” (como se dice ahora aunque no tenga nada que ver) terminan con un chorro de baba en el escote de tanto borracho que les pone la cabeza en el hombro … nasty!

La ausencia de asientos explica el movimiento permanente de cuádriceps que uno ve en el salón. La posición habitual del invitado se caracteriza por tener una pierna recta la de apoyo la otra en trance de descanso unos centímetros más adelante, un vaso en una mano y la otra en el bolsillo rascándose el testículo inmediato asolapadamente.

Aproximadamente cada siete minutos, en Holanda el promedio es nueve, en Nueva York ocho y en Uganda se sientan en el suelo, los asistentes hacen el relevo: recogen la pierna que ya descanso, adelantan la que termina la guardia de apoyo, toman el vaso con la mano caliente y meten al bolsillo la mano fría.

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Es así cómo se produce una ola general de movimiento que dura seis o siete segundos al cabo de la cual como en los gobiernos del frente Farabundo Martí, todo sigue lo mismo: nadie cambio de interlocutor, nadie se desplazó de su sitio, nadie le dio la espalda al otro. Y todos quedan preparados para aguantar siete minutos más.

Movimientos de traslación buscando donde poner las nalgas

Los desempleados se van arrimando al político notable. Los alcohólicos toman posiciones al pie de la puerta por donde salen los meseros con el charol de vodka (fino primero, bajero después). Es el momento crítico de los cocteles, cuando el hombre sabio que no es tan sabio si aceptó la invitación opta por una discreta retirada, porque presiente que pueden seguir cosas terribles.

Y son terribles las cosas que siguen. El gabanazo que se envalentona con el sexto trago y se aproxima a decir frases desagradables. El donjuán que resuelve instalarse al lado de la señorita escotada y observa, ya sin escrúpulo alguno, por entre las hendiduras del escote.

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El youtuber o influencer «impajaritable» que se siente obligado a arreglarles la corbata a los amigos y colocarles bien el pañuelo del saco. En esos momentos es cuando surgen de vez en vez, las peleas, los gritos y las señoras que arrojan vasos de vodka, con hielo y todo, a la cara del vecino que osó soltar un piropo feo.

Estas escenas, por desgracia, nunca salen en redes ni el elsalvador.com . Porque los más pensantes (mmm y los menos?) ya se retiraron y los borrachos de siempre (que no van a comprar nada del producto ofrecido, ya ni atinan como sacar el smartphone …

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De donde viene eso de cóctel?

Cuando la expresión «coctel» nació en Yucatán, México, hace más de un siglo, quienes la inventaron nunca llegaron a imaginar que se haría tan famosa y tan tediosa. Fue en el puerto de Campeche, al cual llegaban enormes embarcaciones inglesas destinadas a transportar las ricas maderas de la región.

Mientras los nativos cargaban las bodegas, los marineros rubios hacían lo que hacen todos los marineros: beber en las cantinas. En una de ellas, un barman mexicano resolvió mezclar, una buena tarde, distintas clases de vinos en un brebaje que desde el principio tuvo gran acogida entre los recios lobos de mar, quienes lo bautizaron «Drake», en honor al viejo pirata británico que había asolado el Caribe lustros atrás.

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Pero sucedió que la cuchara de metal con la que el barman batía la mezcla empezó a despedir óxido y entonces se vio que era necesario rebullir con una de madera. El barman consiguió en su reemplazo un palo de cierta raíz muy fina que los indígenas conocían como «cola de gallo».

A los marineros les pareció graciosa la denominación de la planta y entonces cambiaron el nombre de «Drake» por el de «cock tail», que es la traducción del nombre de la raíz. Cuando se popularizó la mezcla de tragos y surgió en Estados Unidos como disculpa para reuniones sociales y de negocios, la palabra regresó al español. Pero ya no volvió a ser «cola de gallo», sino el barbarismo «coctel» …

Ruego encarecidamente, que no me inviten, prefiero pensar, como lo pensamos muchos, que los únicos cocteles en los que vale la pena estar presente son aquellos que nos venden en el puerto, repletos de camarones, conchas, salsa rosada .... ahí si vamos!

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