Jesús gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal fuera!” Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelta la cara en un sudario.
San Juan, 11-45
Resulta que con esta cuestión de la “resurrección de Juan Gabriel”, y todas esas tonteras, se ha vuelto a poner en boga, en la mente de los ociosos, claro está … aquello de los muertos que en realidad … no mueren … o si?
La resurrección de Lázaro, que tanto apasiona a los predicadores, constituye en realidad, si se la ve con cuidado, una historia de terror digna de meterle miedo al más valiente. San Juan se esmera en suministrar detalles que podrían erizarle los pelos incluso a Lex Luthor.
El sepulcro donde reposa Lázaro es suficientemente tenebroso: se trata de una cueva taponada por una enorme piedra. Cuando Jesús da orden de retirarla, la propia hermana del difunto le advierte: “Señor, ya huele, pues está de cuatro días”. Pese a ello, Cristo, que se tenía una confianza bárbara, como dicen que se la tienen algunos futbolistas argentinos de los que llegan a nuestro país, vendiéndonos el cuento de que son buenísimos y jugaban en primera, procede con el milagro.
Milagro que remata en forma no menos pavorosa, con la aparición del muerto, ambulante, envuelto en sábanas y amarrado con vendas … y oliendo bonito.
Lo mismo que la “resurrección de Juan Gabriel” se dijo en sus épocas de Nerón, Luis XVI, Maximiliano de Hasburgo, Adolf Hitler, Elvis Presley, Tupac Shakur, Princesa Diana, Michael Jackson y Marilyn Monroe … o sea, que no habían muerto nunca.
Y si nos preocupamos de los vivos?
Tal vez nada pinta mejor la decadencia de nuestra era que el desplazamiento de las fuentes de miedo. El monopolio del horror de que disfrutó durante mucho tiempo la geografía de ultratumba ha pasado a terrenos más inmediatos. Tememos tanto a los vivos hoy en día, con sus bombas atómicas, misiles nucleares y sus perversiones químicas, que ya no queda tiempo de temer a los muertos
Y los muertos aquí lo pasamos muy bien entre flores de colores
y los viernes y tal si en la fosa no hay plan
nos vestimos y salimos para dar una vuelta
sin pasar de la puerta eso sí
que los muertos aquí es donde tienen que estar
y el cielo por mí, se puede esperar.
(Mecano. No es serio este cementerio)
Yo creo que es hora de reivindicar el susto a los sepulcros, a los esqueletos los sudarios y a los cementerios.
Cuando no compran los cadáveres para examinarlos con fines científicos, los descuartizan a fin de enviar sus órganos a distintos bancos -de ojos, de riñones, de pulmones, de corazón- o, simplemente, procede a pelarlos, blanquearlos y colgarlos en colegios y universidades.
Pero el uso y el abuso de los muertos, sumado al creciente pavor que inspiran los vivos, ha cancelado el que durante siglos produjeron las regiones oscuras ubicadas más allá del sarcófago. Los periódicos dejaron de hablar de apariciones de personas ya fallecidas. El cupo de prensa que se reservaba a fantasmas inocentes lo ocupan ahora seres de carne y hueso bastante menos inofensivos.
En Venezuela, Nicaragua y en nuestro país (cuando no), por ejemplo, ya no aparecen difuntos, sino que desaparecen ciudadanos … y eso es mucho más preocupante, más aún con autoridades que ya sea que son culpables de las “desapariciones” o simplemente “les valen” estas desapariciones.
Las historias de ultratumba
Simultáneamente con las historias de ultratumba, ha pasado de moda la medianoche. Antes existía un temor especial hacia las horas nocturnas y, particularmente, hacia la que marca el final de un día y el comienzo del otro. A esa hora salía Drácula de su fúnebre cuja, el hombre-lobo empezaba a echar pelo como cualquier la cabeza de cualquier calvo con caca de gallina untada.
Ya no. La gente le ha perdido el miedo a oscuridad. O, mejor dicho, tiene tanto miedo a la oscuridad como a la luz del día. La inseguridad callejera es responsable de esta lamentable alteración de valores temerosos.
Antes la noche, en épocas mejores, estaba reservada a los ladrones, a los asaltantes, a los atracadores, a las peleas de cantina, y por el mismo camino, a los cadáveres colgantes y a las cabezas que organizaban tours.
Eso se acabó. Como ahora se roba, se asalta, se atraca y se mata a cualquier hora del día, en jornada continua, la medianoche y las once de la mañana ofrecen las mismas posibilidades de pavor. Para completar, la inoperancia de las actuales autoridades de seguridad le ha quitado todo el misterio a la medianoche ya ni los zombis salen por miedo a que los vuelvan a matar. La gente se acuesta se duerme, y punto. Que se pudran los muertos.
Hemos perdido hasta tal punto el temor a los muertos, que se fabrican por piezas en las mismas industrias que producen bacinillas rosadas de plástico o muñecas que dicen mamá. El juego es desleal. Así las cosas, quién puede asustarse ante un cadáver!
Los muertos dejaron de pasearse por las casas viejas y los callejones oscuros. Han vuelto a la paz de sus húmedos sepulcros, y de allí quién sabe si se decidan a salir de nuevo, asustados como deben estar por la inseguridad de calles y avenidas …. Probable que no emerjan a la superficie nunca más, nunca más.
El padre del espantapájaros le heredó su puesto a su hijo espantapájaros, cuando su crucera de madera y relleno de paja y su saco viejo y grande y su sombrero raído no dieron más y sucumbieron al lodazal de una tormenta de Agosto.
He preguntado, interrogado, pediatras, neonatólogos, docentes, pedagogos, como logran nuestros hijos, encontrar el momento oportuno de irnos a dormir (ya cansado después de horas de trabajo) para hacer la pregunta más difícil del día …
Según cuenta la Historia parece que el primer pesebre viviente fue obra de San Francisco de Asís, quien durante la Nochebuena de 1223 convocó a los vecinos del pueblito italiano de Greccio a representar el nacimiento de Jesucristo en la iglesia local.