Mariela, profesional independiente, buen pasar, ya treinta años largos, casi cuarenta, acompañada de su amiga Isabela deciden dar un viaje “de chicas” … a Italia, a Roma, lugar que Mariela ya conocía, había estado allí años antes, y siempre anheló volver.
El primer día fue de caminata, sin rumbo. En uno de los tantos restaurantes de la Via Vitorio Emanuelle, pidieron un risotto para llevar; se sentaron a comer en un banco de plaza cerca del Tíber. Siguieron camino y al cruzar el puente llegaron a la Via San Pío X. Unos metros más y, mirando los ventanales y construcciones, entraron a pasar unas horas al Museo Leonardo Da Vinci.
Estaban cerca de la Plaza San Pedro.
A Mariela, que era de las dos, la de mente más inquieta, le vino a la cabeza el David… Qué cuerpo! Buena tarea hizo Miguel Ángel al esculpir para la eternidad semejante anatomía.
“Ese sí que era un rey! Ojalá toda la dinastía bíblica se hubiera conservado así, con esos abdominales” – le susurró a Isabela – tenemos que ir a Florencia.
La Basílica está llena de las obras de Miguel Ángel. Entraron …
Llevaban vestidos veraniegos, que le permitían la entrada a San Pedro, pero tuvieron que quitarse sus sombreros …
“Si lo hubieras permitido, quizás te hubiera tenido alguna fe”, dijo Mariela, tratando de rezar, algo que no le salía, que no se le daba. No era una mujer espiritual, sino más práctica, de las que patean la puerta del infierno y camina hacia el trono de Lucifer por la alfombra roja con los mil y un demonios aplaudiendo.
Una voz las detuvo cuando giraron para tomar la salida. “Yo no hubiera hecho eso”, dijo. Mariela se detuvo con la intención de contestar una blasfemia con el dedo erguido. Podía blasfemar en cualquier idioma, pero el dedo es lenguaje universal. Al carajo con la corrección del clero!
Cuando Mariela giró la cabeza, el gesto helado le dibujó una sonrisa en la comisura de los labios. No puede ser. Se restregó los ojos para estar segura de que esa sotana negra estaba sobre el cuerpo de Mauro o que era realmente Mauro enfundado en ese atuendo.
Desde aquel verano en la Costa del Sol, no había vuelto a saber de él. Se conocieron en su noche de despedida de soltero. Una fogata en la playa era lo que sus amigos habían armado para darle buenos augurios en su vida célibe, Mariela era amiga de los amigos y la invitaron.
Nunca imaginó Mariela que la novia que había elegido era eso que llamaban Iglesia. Impuso el silencio porque no entendió el sentido de sublimar el goce por un amor sobrenatural sólo tangible en una hostia que para ella tenía el sabor de la piel de Mauro. Se despidieron esa noche con el roce de ambas epidermis al extremo y no volvieron a verse jamás, cruzaron un par de mails … “de haber sabido – le escribió Mariela en un mail – yo no hubiera hecho eso”
—Me acompañás? —le dijo Mauro tomando su mano. Mariela se volteó para buscar a Isabela, quien le dijo por señas, que se fuera tranquila, que ella volvía al hotel.
Mariela se dejó guiar por los pasillos hacia la parte frontal del altar, con el corazón latiendo al ritmo de una tropilla enardecida. Él abrió las puertas de la balustrada con sus noventa y nueve lámparas ardiendo y bajaron las escaleras que llegan a la cripta en donde dicen que está enterrado el cuerpo de San Pedro, con las llaves de las Puertas al Paraíso.
—Un paraíso al que yo no iré, Mauro. – dijo Mariela.
—Tampoco yo —contestó el Padre Mauro con su mano en el trasero de Mariela, apretando su cuerpo contra el suyo, lamiendo sus labios con el sabor de un ansia atrasada.
Se desnudaron y abrazaron en medio de lo lúgubre de aquella bóveda, tal como había sido años atrás con la noche y el mar como testigos, ahora fue diferente, sobre las tumbas de los Flavios y Valerios de la Roma Imperial.
Mariela abrazó el cuello de Mauro con sus piernas y le agarró el pelo para ver esos ojos caramelo con las pestañas despeinadas por sus besos genitales. Subió para abrazarlo y llevar su cuerpo a los pies del sepulcro. Allí la hizo carne de su carne, desbordando la sed de un incendio que con sus llamaradas llegaba hasta los frescos sobre los que las manos de Miguel Ángel se habían extasiado. Nerón gritaba desde su tumba sobre los restos de un imperio que hizo de la cruz un circo.
Desde ese sótano en el agujero negro de todas las calamidades, se escuchaban los gritos del circo clamando al emperador el perdón de dos cristianos gimiendo su propia miseria.
Después de vestirse, Mauro le impuso las manos.
—Yo te absuelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre… —Mariela lo interrumpió, entrelazando sus manos.
—No Mauro, no quiero esa salvación. Si el paraíso existe, debe ser lo más parecido a este orgasmo y no hay dios que pueda considerar eso un pecado. Me voy en dos días. Si querés salvarte conmigo, acompañame esta noche al Coliseo. Hagamos nuestras esas ruinas, como lo hicimos con estas … o escapémonos a Florencia.
Mauro se arrodilló, abrazando sus piernas y apoyando su frente en la pelvis de Mariela.
“No sé si el paraíso existe, pero el infierno que arde en tus entrañas me está consumiemdo”, dijo arrojando el cuello clerical sobre el piso de la cripta.
Y ambos dejaron a Roma arder, por segunda vez.
Después, partieron a Florencia a calmar tanta necesidad de afecto de ambos, ante la mirada ardiente del rey de reyes.
Qué pasa cuando un niño recoge en la calle un chicle ya masticado y se lo mete a la boca sin que la madre lo sepa? Es posible el sexo después de los cincuenta años, aun con la esposa propia? Cómo putear a un contestador telefónico que transmite la quinta sinfonía de Beethoven antes de la voz grabada de la operadora?
… Di Caprio? No, seamos sensatos por favor, Da Vinci, en una de sus obras más exquisitas y mejor desarrolladas, Leonardo Da Vinci se escondió algunos “detalles” sobre Mona Lisa, también conocida como La Gioconda …
La distancia marcó tanto pero no lo suficiente,
la ausencia impuso momentos pero no aniquiló
la fuerza vibrante de la pasión,