Madrugué el sábado, era un día extraordinario, así que nonagenario y todo, en pleno 2053, me levanté con ánimo y energías para llevar a mis nietas al plan más trascendental al que podían asistir en su breve vida de niñas capitalinas, con mis noventa y tantos años a cuestas, me acerqué a su recámara y les di el grito de batalla.
—A despertarse! —les ordené—. Hoy es un gran día!
—Son las seis de la mañana! —se quejó la mayor.
—Pónganse el vestido más elegante que tengan: nos vamos a conocer el metro de San Salvador—elevé la voz con emoción.
En lugar de celebrar la noticia con gratitud y alborozo, como esperaba, se dieron vuelta en las cobijas y se entregaron a una profundidad de ronquido y boca abierta como solo se observa en la Asamblea, aun con menos diputados y todos del mismo rebaño, del sueño fueron emergiendo poco a poco en la medida en que escuchaban el conmovedor discurso que improvisé.
Sí. Porque justo ahí, mientras ambas se revolcaban en las últimas hilachas de sueño, les comenté que el primer recuerdo que guardo del metro de San Salvador databa de 1994, cuando un Valiente de apellido Valiente quedó Alcalde de San Salvador y se empecinó con la idea de construir un metro para la ciudad.
No era el primero sin embargo, el presidente Fidel Sánchez Hernández, ya había encargado a una constructora que inició estudios para hacer un metro Antiguo Cuscatlán – Soyapango en 1967, estudio que parece que nunca terminaron, y el tráfico de la capital no era tan grave, así que mejor se fue a pelear con Honduras.
Pero al fin el Pressidente Serengueti, después de destrozar las calles de San Salvador para construirlo, había logrado el primer vagón real que ya inauguraba el flamante metro y fuimos invitados a ese primer recorrido.
Me sentía emocionado. Con mis nostalgias de 90 años de edad, al fin, iba a vivir en una ciudad digna, en una ciudad con metro, rematé con la voz temblorosa mientras mis nietas, ya despiertas del todo, me abrazaban con ternura y llorábamos en familia.
—Pero abuelo, para que queremos un metro ahora? Si ya tenemos Uber Drones con app! —me preguntó la mayor.
Tenía cierta razón mi nieta, el tráfico de San Salvador, era ya insufrible, inviable, sobre todo desde que en Gobiernos anteriores se les concediera a los buses, rastras y carga pesada licencia para matar, además las coasters ya circulaban por las aceras de manera legal, así que ya no existían peatones, ya habían desaparecido las motos (mayormente después de la ruptura de relaciones con China, tras la Tercera Guerra Mundial) y el espacio aéreo que alguna vez ocuparon los pericos, hoy estaba poblado de Uber Drones para pasajeros , que eran más o menos efectivos, pero a veces chocaban entre si, los pasaba destruyendo algún helicóptero, o los buseros los bajaban a escopetazos, porque les robaban los pasajeros.
Un recorrido desde Merliot al antiguo Centro Histórico ( o sea Multiplaza, la Gran Vía) tardaba entre 3 a 3 horas y media, si bien no eran más de quince cuadras.
Ya era mediodía cuando, tras las dos horas de trabazón, y el largo ingreso hasta la Estación Basílica de Guadalupe, estación inicial del metro, pudimos verlo: al fin, sí, ahí estaba. Los sueños se cumplen. Ante nuestra mirada se abría como un amanecer aquel vagón hermosamente amarillo y negro como si, más que una máquina del futuro, se tratara de un jugador del 11 Deportivo. Aunque menos rápido.
Recosté entonces el brazo sobre el hombro de mi esposa y les dije a mis nietas que fueran libres, que corrieran plenas, y observé conmovido cómo se lanzaban a recorrer el vagón.
Tardaron, exactamente, 47 segundos.
—Y? —dijo la menor—. ¿Esto es todo?
—Te parece poco? —le respondí – agarrense fuerte porque ya empieza el recorrido.
—No se mueve? —protestó mi nieta mayor.
—En San Salvador los carros tampoco se mueven y nadie se queja de ellos: dejen de molestar por los detalles —la corregí.
Un minuto y cinco segundos después, el metro llegó a su destino, la Estación Parque de Pelota, que era el destino final, o sea la segunda y ´última estación. Había que bajarse ….
—Tan cortito? Solo dura cuatro cuadras, para eso tanta bulla? —preguntó mi nieta menor.
—Pues, debo de decirles, que desde la década de los sesentas, hace casi un siglo, en nuestro país, cada vez que se planeó una obra pública, grande y de utilidad pública aparecen “demasiadas manos” que se benefician con el proyecto, al final, las obras quedan inconclusas, o más breves como el metro … pero les tengo una buena y una mala noticia …. Cual quieren?
— Danos primero la buena abuelo !—sugirió la mayor.
— La tercera estación, Salvador del Mundo, estará lista a más tardar en nueve años—les conté.
— Y la mala, abuelo? —preguntó mi nieta menor.
— Como se habrán dado cuenta, el metro solo tiene carril de ida, no de vuelta, así que nos toca caminar de regreso hasta la Basílica de Guadalupe, y de ahí hasta nuestra casa ….
El sol brillaba sobre los cerros, y el calor de la ciudad nos derretía, mientras caminábamos cubiertos en sudor … entre murmullos, escuché a mis nietas hablar entre ellas ….
—Ves? Esto nos pasa por no nacer en Abu Dhabi —sentenció mi nieta menor.
Las redes sociales han venido a acelerar, para bien o para mal, todas las noticias, verdaderas o falsas a las comunidades … dando tiempo para organizarse para diferentes causas. Usarlas bien es el problema, porque dependen de los más burros de todos los burros … depende de nosotros.
Paraliza un país, se enojan a muerte vecinos y familiares, padres e hijos, se quitan el habla una semana antes y dependiendo del resultado vuelven a hablar unas semanas después …. un hecho sin precedentes.
Compatriota, llegó el momento de hacer Patria, consumamos producto nacional y produzcamos Salvadoreñitos!