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Él era un hombre sencillo llamado Sebastián, si nos ponemos a revisar las estadísticas no pasaba de ser un número más … bah! como lo somos todos.

Vivía solo, en una casa pequeña, con su perro, que ostentaba un doctorado en filosofía (el perro, al igual que la gran mayoría de mis personajes, solos y con perros que tienen alguna cualidad fuera de lo común.)

Al levantarse cada día, su mirada en el espejo siempre era la misma, nadie llamaba por teléfono a no ser por equivocación.

-          Para tanta soledad me sobra el tiempo-solía recapacitar Sebastián, mientras miraba los rincones del inmenso silencio de su desolada existencia, nunca hubo familia, nunca existió una mujer... bah ! Si existió una hace muchos años, pero para qué preocuparse de eso ya…

Una noche de plenilunio, caminaba Sebastián con su perro, mientras discutían la lógica hegeliana, vieron una extraña luz en el cielo, que se balanceaba de lado a lado y de pronto en cuestión de segundos, se posó frente a ellos…

El perro de Sebastián de pronto enmudeció, y los del caminante solitario se llenaron de una extraña figura que descendió de esa luz y caminó hacia él…

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Era una mujer, quién sabe de donde venía y por qué se acercaba a él, pero lejos de sentir miedo, Sebastián se sumergió en una paz y una dicha largamente añorada y extendió su mano hacia la mujer extraña de mirada luminosa que a su vez le extendía la suya…

Y se sentaron en el parque, en la grama húmeda, el perro, Sebastián y aquella extraña aparición, y  hablaron, hablaron una noche completa, en un dialecto que el mismo Sebastián no entendía cual era, ni de donde lo había aprendido, pero habló con ella, mientras mantenía sus manos juntas y Sebastián imaginó que si aquello no era amor … debía parecerse mucho a lo que había leído al respecto…

Sopló viento radioactivo, y ella dijo “tengo frío”, Sebastián la tomó entre sus brazos, abrazó a aquella mujer de mirada luminosa como nunca antes había abrazado ni abrazaría jamás…

Ella se fue con el despunte del amanecer, Sebastián no supo que decir ni como despedirse, el perro balbuceó un “hasta luego”.

Desde entonces ambos esperan su regreso, cada noche, en el mismo lugar…

 

“Solo quiero saber dónde estas?

y si vas a volver, dónde estás?

Cuando por las noches te quiera soñar…

… hacia cual estrella debo de mirar?”

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