La oscuridad no le preocupa. Le preocupa la luz. La oscuridad es solamente ausencia de luz. Pero la ausencia sí le preocupa. La preocupación no. Le es indiferente. Sin embargo, la indiferencia, a Ana le preocupa muchísimo.
La considera una actitud vergonzosa. Aunque la vergüenza no le preocupa. Antes sí, le preocupaba. Pero a ella le da lo mismo el antes y el después; su vida no es un desarrollo enfocado a nada. Por eso la nada no le quita el sueño. El sueño, en cambio, es algo que si le interesa.
A veces se queda toda la noche despierta, pensando en eso, en el sueño. No llega jamás a ninguna conclusión, porque las conclusiones la exasperan. Prefiere los puntos de partida. No por las partidas; sino que por los puntos, como los equipos de fútbol. Aunque no le gusta o no sabe nada de fútbol siempre trata de acumular puntos. No por los puntos en sí; sino por la acumulación.
La acumulación entendida por una cosa sola, no como un cúmulo de otras. Los cúmulos, Ana, si pudiera, los disgregaría. Las cosas tienen que ir separadas; no juntas. Juntas forman otras cosas, y eso trae complicaciones.
Aunque Ana a las complicaciones no les tiene miedo. Lo que le asusta es lo simple. Lo simple no sabe de dónde sale; ahí es donde está el misterio. Aunque los misterios, por suerte, no le interesan.
A Ana le interesa la suerte. Que desgracia. Porque la suerte siempre es escasa. Y si dijera que no le preocupa la escasez, Ana mentiría. Pero mentir no le preocupa. A ella le preocupa la verdad.
Cuando miente no tiene problema; puede decir cualquier cosa. Aunque sea verdad, no importa, porque la dice mintiendo. Pero cuando habla con la verdad, tiene que andar con más cuidado. Por las dudas, en esos casos dice lo menos posible.
Y después Ana se desdice, así cubre dos posibilidades. Pero no es que se quiera cubrir. Ella hace todo a la intemperie. Y si no hay luna, mejor.
A Ana le gustan las oscuranas. La oscuridad no le preocupa. Le preocupa la luz.
La oscuridad es solamente ausencia de luz. Pero la ausencia sí le preocupa.
La preocupación no.
Le es indiferente.
Porque somos, hemos sido y seguiremos siendo malinchistas desde el momento que Cristóbal Colón hincó rodilla en tierra americana y empezó a cambiar oro por espejitos, hasta el día de hoy que quienes nos cambian oro por plástico, son las grandes transnacionales financieras mundiales, todas con sus filiales en El Salvador, a menos cabo de los dos últimos bancos (aun salvadoreños) que respiran en medio de esa vorágine.
En aquellos dorados sesentas, cuando la TV todavía era un elemento selectivo, lejos del alcance de nuestros confines proletarios, barrios obreros de mucha gente y pocas esperanzas, donde los sueños siempre quedaban postergados para fin de mes y de ahí para nunca ...
Los hermanos Wright
Con razón o no, Wilbur y Orville Wright han pasado a la historia como los inventores del avión, un artilugio que cambiaría el rostro de las relaciones internacionales, la guerra, el comercio y el turismo.