Al mes siguiente, Betty comenzó a soñar. Sus sueños, lo sabía, se referían a lo ocurrido en esas dos horas de desvanecimiento. Veía imágenes sueltas, algunas horrorosas.
Partes de cuerpos, que se asomaban del borde de una mesa. Manos largas, enguantadas. Brazos grises. Ojos descomunales. Una gran cabeza recortada por una potente luz cenital.
Se lo dijo a Barney. Le dijo: “Estuve soñando con lo que pasó esa noche”. Le dijo, también: “A veces veo lo que pasó esa noche”. “¿Cómo que lo ves?”, preguntó su esposo. “A veces el sueño se mete en realidad”, dijo Betty.
Narraron bajo hipnosis y entre gritos lo que les había ocurrido en ese tiempo perdido: una abducción por seres extraños.
Tiempo después fueron a ver al doctor Simon, que era un famoso psiquiatra experto en hipnosis.
Por separado, y en tres sesiones consecutivas de las que se guarda un registro detallado, a veces entre gritos de puro horror, los Hill le narraron al doctor Simon lo que sucedió en esas dos horas de “tiempo perdido”.
Habían bajado del auto, se habían encontrado con seis seres vestidos con algo que parecía un uniforme. Eran grises, flacos, de grandes ojos negros y opacos, narices y bocas pequeñas: la descripción clásica de los extraterrestres que perdura hasta hoy.
Ellos los llevaron al interior de la nave, donde fueron atados a camillas y sometidos a toda clase de experimentos. Los desnudaron, los fotografiaron, les contaron los huesos de la columna vertebral, les extrajeron muestras de piel, de cabello, de sangre, de uñas. Les introdujeron una sonda en el ano.
Betty les pidió una prueba física del viaje. Entonces ellos le mostraron un mapa estelar, la disposición de las estrellas en su lugar de origen. Cuando fueron devueltos al auto, Betty le preguntó a su marido si ahora sí iba a creer en los platillos voladores.
“No digas tonterías”, respondió él.
Con los años, y aunque los Hill quisieran evitar cualquier clase de publicidad, el caso fue tomando dimensión pública. En 1965, el Boston Traveler publicó en su portada un artículo con el titular de: “Terror Ovni: ¿secuestraron una pareja?”, en el que figuraban extractos de los dichos de los Hill en las sesiones de hipnosis.
En 1966, el escritor John G. Fuller, con autorización de los Hill, publicó El viaje interrumpido, un libro de no ficción con la reconstrucción de los hechos. En 1968, Marjorie Fish, una maestra y astrónoma aficionada, reconstruyó gracias al testimonio de Betty el mapa estelar que los supuestos extraterrestres le habían mostrado a Betty. Después de un arduo trabajo, llegó a la conclusión de que el mapa se correspondía con el sistema binario Zeta Reticuli, por lo que el caso de los Hill comenzó a ser conocido como "The Zeta Reticuli Incident."
Comenzaron, también, las críticas, de los razonables de siempre. Decían que la abducción de Betty y Barney era la respuesta psicológica a la tensión provocada por un matrimonio mixto, aunque ellos insistieron siempre en que no tenían esos problemas y que su vida social en la comunidad era tan rica que debían rechazar invitaciones para no vivir visitando gente.
El propio Simon destacó, en sus conclusiones, que el caso era una “aberración psicológica singular”. En 1990, el periodista Martin Kottmeyer concluyó en un artículo que la historia había sido influida por la serie de televisión Outer Limits, que se proyectaba en esa época, y cuyos extraterrestres eran notablemente parecidos a los que describieron Betty y Barney.
En 1975 se estrenó "The UFO incident", en la que se expone el caso de manera casi documental. Hay referencias al caso en dos series actuales: "Fargo y American Horror Story."
Barney murió en 1969, de una hemorragia cerebral. Betty lo sobrevivió 35 años: murió de cáncer el 17 de octubre del 2004. Había tenido varios avistamientos de ovnis después del incidente con su marido y era considerada, para los grupos de ufología, como una modesta celebridad.
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Ya para enumerar los grandes huracanes de 1980 a la fecha, debemos detenernos, tal como lo dijimos en la entrega anterior, en una fenómenos innegable (por mucho que lo niegue Trump y los grandes emisores de dióxido de carbono), a menor escala que el suelo, cierto, pero las aguas oceánicas se calientan.
Tenía 21 años de edad, cuando con mi grupo de amigos nos fuimos a pasar unas vacaciones a la playa. Íbamos con el Gordo Chute, Gonzalo y el Fer, en el carro de este último.