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Dos veces a la semana suena el teléfono en casa, o el timbre, y del otro lado aparece un encuestador. Cada vez hay más y se presentan mejor preparados. Con el tiempo, han aprendido a ser inmunes al NO. Saben minimizar las excusas y están por todas partes, mendigando quince minutos de nuestras vidas. Si un día la Tierra padeciera un conflicto químico que aniquilase todo —plantas, animales, gente— seguirían sonando los teléfonos por la mañana. El encuestador sobreviviría …. sería la nueva cucaracha del mundo.
 
 
 
 
 
Quieren saber qué periódicos leemos, qué champú usamos, a qué partido político respondemos; quieren saber si hacemos deporte y, en caso afirmativo, cuál o cuáles. Desean conocer si hay niños en casa y cuántos, si tenemos televisión por cable, cuál es la última publicidad que podemos recordar. 
 
 
Si fuimos o somos infieles.
 
 
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Más tarde los periódicos nos informan sobre los resultados de estos estudios. Es decir, la prensa nos comunica cómo somos.
 
Nos dicen , por ejemplo (y escojo titulares reales de este mes) que cada vez más adolescentes consumen tranquilizantes, que los hondureños afirman que la Isla Conejo les pertenece, aunque no saben donde queda, que los italianos son fogosos y las francesas liberales, que los hombres hablan más de fútbol que de mujeres, y que tres de cada cuatro compatriotas se fueron de putas este año.
 
 
 
 
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Todos los días, en la prensa, en la radioen la web  y en los noticieros de la tele, hay por lo menos una afirmación categórica generada por el método de la encuesta. A razón de trescientas afirmaciones por año, nos vamos enterando cuántas veces nos masturbamos en promedio, descubrimos que nuestras esposas ya son casi tan infieles como nosotros, y averiguamos un sinfín de cuestiones sobre nuestras costumbres.
 
 
 
¿Todas? No señor, todas menos una.
 
 
 
 
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Hay un estudio sociológico que nunca nos fue revelado, que guardan bajo siete llaves, que esconden como un diamante. Los encuestadores poseen un dato sobre nosotros, un solo dato, que jamás publicarán ni darán a conocer a los medios de comunicación. Tras cartón, es el resultado más exacto que podrían conseguir sobre una costumbre humana, porque es la única pregunta que siempre hemos respondido todos. Absolutamente todos. La pregunta, con variantes de cortesía, es ésta:
 
—¿Me permite usted que le haga unas preguntas?
 
 
 
kijuygggg
 
 
 
 
Pasa lo mismo con los móviles callejeros de la televisión. Los informativos le ponen el micrófono a las personas y les preguntan, por ejemplo, si el sueldo les alcanza, o si son felices. Pero no explican los informativos, ni siquiera en letra pequeña sobreimpresa, que la enorme mayoría de los consultados pasa de largo, que sólo hay una minúscula porción de la humanidad que adora ponerse frente a una cámara para responder cualquier cosa.
 
 
hhgjhgjhggg
 
Es increíble, y también fascinante, que casi nadie distinga esta verdad tan sencilla en el momento de creer o descreer lo que aseguran los medidores de las costumbres humanas.
 
Los encuestadores conocen, sin margen de error, un guarismo exacto sobre nuestro hábito de responder. De hecho, es el único resultado que poseen sobre nosotros como conjunto absoluto. Todos los demás estudios que publican hasta el hartazgo, día a día, están limitados al pequeño grupo de gente aburrida —o que justo esta tarde estaba drogada— que ha contestado SÍ a la primera pregunta. Y estos serán, como mucho, un 11% de la población mundial.
 
 
 
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Ya tenemos un dato revelador, entonces. Todo lo que sabemos sobre nuestras costumbres, fobias, manías y emergencias es el resultado de los hábitos de gente aburrida o que, justo esta tarde, estaba dispersa y con ganas de conversar. Anoten esto en sus cuadernos y sigamos adelante.
 
Fijémonos ahora cómo cambia un enunciado cuando le agregamos esta evidencia:  «Las señoras que no tienen nada que hacer a la tarde son casi tan infieles como sus esposos aburridos». E incluso de éste: «Los adolescentes que se pasan veinte minutos contestando encuestas, en lugar de hacer algo mejor con su tarde, consumen cada vez más tranquilizantes».
 
¿Pero qué pasa con los demás, con los que contestan siempre NO a la invitación de ser acribillados con preguntas? Son el 90% de la población mundial y poco o nada sabemos sobre sus quehaceres.
 
 
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Hay, además, una segunda certeza brutal, que involucra a las minorías que SÍ responde siempre, una certeza que empaña incluso los resultados parciales del grupo. Es sabido que la gente aburrida y la gente que se droga a la tarde tiende a mentir; los primeros como escape a una realidad insípida, y los otros por dispersión y anacronismo. Con esto generamos una nueva evidencia: el 96% de los que responden a encuestas, miente; a veces queriendo y otras veces sin querer.
 
Conseguimos así un segundo dato revelador. Todo lo que sabemos sobre nosotros como sociedad es el resultado de compilar las mentiras que dicen los ociosos y los aburridos.
Apunten esto también en sus gráficos de barra.
 
 
 

 

 

 

 

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