Para los Juegos Olímpicos Sídney en el año 2000, el periódico para el que trabajo, me mandó de corresponsal deportivo, a pesar de que mi campo era la política …*
… no era ningún premio, en realidad, me mandaron porque era el único que masticaba inglés en la redacción y con un pasaje “chafa” barato que incluía 26 escalas pasando por Santiago de Chile, Múnich y Kuala Lumpur, por ejemplo …llegué 4 días después de mi salida de Comalapa.
Cuando nuestra guía australiana me despertó de mi “jet lag” y me informó telefónicamente el programa para la mañana siguiente, me sorprendió …
— Que me dijo? que vamos a una playa nudista? —le repetí, pensando que era una trampa del deficiente inglés que hablábamos tanto ella como yo.
Pero no había equivocación alguna. El programa señalaba una visita a playa de Obelisque, a 20 kilómetros de Sídney, donde, con permiso de las autoridades, los bañistas suelen asolearse en sus sagradas pelotas.
—Sí, sí, nudista. En Australia el sol es rey y es bueno conocer uno de los lugares donde se le rinde culto al sol. – me contestaba farfullando su inglés medio británico medio australiano, la tal Paula.
Me observé en el espejo. Nunca antes había estado tan panzón. Ni tan blanco. Parecía un vaso de leche, no, un pichel de leche ….
—Pero, Paula, mi religión me prohíbe cultos paganos.
—No tiene nada que ver con religión, pasamos días muy fríos todo el año, así que honramos el sol ...
Paula era una muchacha de 25 años, no muy bonita, cejijunta y anteojuda pero muy simpática a la cual le tocaba lidiar con el grupo de siete periodistas de diversos países que habíamos sido asignados a su “fun tour” previo a los Olímpicos.
— Usted va a ir? —le pregunté.
— Claro que sí. Yo adoro el sol. Verá que a los cinco minutos ni se acuerda de que es una playa nudista, y estará durmiendo su desfase horario, delicioso bajo el sol.
Claro, mirar, podía resultar interesante y …. la reacción ? Llamé a Paula
—Paula: anóteme para la playa nudista —le dije.
Nos encontramos en el lobby del hotel a las diez de la mañana. Lo que me temía: estábamos solamente Paula y tres periodistas: un sueco, un noruego y este servidor, cuya panza y angustia parecían crecer al lado de la delgadez y frescura de mis dos compañeros.
En media hora —la media hora más veloz de mi vida— el taxi nos condujo a la playa. Paula nos indicó los vestidores en los cuales debíamos …desvestirnos.
Ya en pelota viva, salí, con un pánico feroz, vi muchísimos cuerpos humanos tirados en la arena, en el mar, todos en sus más abyectas desnudeces.
—Me parece increíble que un señor de su edad ande todavía con pudores
de chiquillo —me dijo Paula a mis espaldas—. Por qué se esconde detrás de ese periódico?
—Temo que me miren —le contesté con franqueza. En efecto, me había improvisado una especie de poncho con hojas del “Sidney Journal” que me protegía de curiosos.
—Bote esos periódicos, caminen conmigo a la playa y dejémonos de tonterías -
dijo Paula.
Medio escondido entre los escandinavos avancé como pude, pero empecé a despertar al ver que la gran mayoría de los asistentes eran gente ya mayor, entrada en carnes, claro … era un miércoles por la mañana … la gente no jubilada estaba trabajando, luego eran más bien vacacionistas y gente ya de edad, que muy tranquilamente sacaban sus genitales al sol de manera natural y sin pararme la más mínima bola …
—Ya vio? —Me preguntó Paula a mis espaldas — Aquí nadie mira a nadie, ni hay quién lo pudiera reconocer. Nos interesa tomar el sol.
Empezamos a caminar los 40 ó 50 metros que nos separaban del borde del mar. Al llegar a la costa, me limité a recostarme con cierta timidez sin desprender la vista del horizonte y del suelo.
A la media hora, estaba como pez en el agua, cero reacciones que me delataran, cero complejo de desnudeces procaces…
Ahí vino el error … me puse de pie, y por primera vez me dirigí de frente a Paula … claro, estaba desnuda, sin los anteojos y depiladas las cejas …era bellísima … y en lo que trataba de decirle que me había adaptado a las circunstancias y entendía el culto al sol … pasó lo inevitable.
Paula me sonrió, miró a un lado, traté de taparme con una toalla que había cerca, pero no lo logré, en ese momento escuché el grito …
—Hey chero ! usted es salvadoreño verdad ?- “Por Dios – pensé – como me reconocieron a 20 horas de jet de mi patria ?”.
Se pararon tres o cuatro más, con sus esposas, y se acercaron …
—Es que solo un salvadoreño puede andar en una playa nudista, con semejante erección – me palmeó el hombro, me hicieron cerco … y despacito, solidarios, como platicando, como buenos compatriotas me llevaron escondido al vestidor.
Aterrado, volteé a ver a Paula (ella hizo gesto de no tener ni idea qué estaba ocurriendo) y la vi sonreír …
Y esa fue la historia de mi primera … y por supuesto última, playa nudista.
* Todos los hechos son ficticios y de mi nefasta invención.
Yo me descerebré, literalmente, desde los inicios de mis primeros signos de pubertad, a pura pantalla gigantesca de cine …
Corría el año de 2008, un hombre de 57 años que vivía en Kasuya, Japón, soltero, minimalista, trabajador como todo japonés, creía que vivía absolutamente solo, en la más abyecta soledad … pero no era cierto.
Muchos de los mejores mitos comienzan con una premisa simple: en algún lugar, muy lejos, hay una sociedad muy diferente a la nuestra.