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Tengo, un grave problema, hablo dormido … cuando al cumplir 10 años de matrimonio, decidí serle infiel a mi mujer, traté de organizar cada detalle … pero que pasaba si dormido pronunciaba el nombre de mi amante y no el de mi mujer en sueños ?

Investigué hasta cada paso de la operación, y decidí que la única manera, era encontrar una amante que tuviera el mismo nombre de mi esposa, claro!

Sería una gran ventaja tener una amante que se llame igual que la mujer de uno, porque así, si uno la nombra dormido, mi mujer no sospechará nada, y hasta se dará por aludida, estrechándome entre sus brazos bajo las cálidas sábanas conyugales y dirá “qué, mi amor, qué”.

El problema es que mi esposa se llama Afrodita Guinea, y aun entre las pocas mujeres que además de ella alguna vez me hicieron caso, ni entre las muchas que no me pararon bola jamás, nunca hubo ninguna que tuviera un nombre como ése, y menos aún el segundo, ni como apodo, y por supuesto tampoco como apellido.

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Pero al promediar la crisis de los treinta años, en uno de esos días en que la compulsión a probar nuevas carnes me parecía cuestión de vida o muerte, agarré el directorio telefónico, nada, no había y no había abonada alguna con el nombre de mi esposa.

Pegué una “googleada” colosal tanto en mi ciudad como en los municipios a 30 kms a la redonda … nada !

Pero como estas cosas, se resuelven de la manera menos esperada, cuando recibí mi boletín mensual de numismática, contenía entre otros puntos, la invitación a la conferencia “Del saco de sal al Euro” impartida por la experta venezolana recién llegada al país, Afrodita Galdámez.

Por supuesto, el día de la conferencia, estaba desde temprano y en primera fila, esperando ansiosamente a pesar que tenía como seis meses de no llegar a mis reuniones de coleccionistas de monedas.

La Afrodita que encontré, era bastante gordita, resultó ser poseedora de una amplitud de caderas tendiente a la obesidad y su talla de brassiere, seguramente D plus, la hacían todavía deseable, aunque me llevaba por lo menos una veintena de años.

Al terminar la conferencia, donde no me dormí tal vez porque la libido me mantuvo despierto, la busqué en un apartado, y de un solo, le pegué una cuenteada de aquellas épicas, me miró con unos ojos desorbitados y por alguna razón me creyó. Con cierta reticencia de su parte al principio, logré que concertáramos una cita.

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Nos encontramos al día siguiente en un bar, que quedaba lejos tanto de su casa como de la mía. Por supuesto, yo nunca había andado en esos trances, pero modestia aparte, tengo que decir que yo le gusté. Nos fuimos pronto del bar y ese día se inició un caluroso romance. Pero al despedirnos ella me informó de cierta circunstancia que dificultaría el vernos con demasiada frecuencia: era casada.

Yo le confesé que eso me tomaba por sorpresa, ya que al ver su nombre, sin apellido de casada, sospechaba que era soltera, viuda o divorciada.

—Nunca usé mi apellido de casada –dijo ella—. José, mi marido, no se lo merece, es un fulano que nunca tuvo donde caerse muerto, ya ves que ahora que nos hemos venido a vivir a este país, ahí anda de parásito, sin trabajo y sólo me quiere por mi dinero.

Me contó que la vida sexual de la pareja había durado menos que su luna de miel. Y conmigo ella se desquitaba olímpicamente.

A pesar de que no reunía todas mis expectativas, al menos me sacaba de mis apuros y mis espermatozoides debo de confesar, estaban contentos, aparte que Afrodita (mi esposa, la de verdad) ni sospechaba de la existencia de Afrodita (mi amante, la circunstancial) y si alguna vez había mencionado a una en sueños, era imposible que la otra no se diera por aludida, he ahí las cosas.

Hasta que un día, se abrió de manera violenta la puerta de nuestro cuarto de motel, y entró José con un equipo de fotógrafos y técnicos en grabaciones de video. Ambos desnudos con Afrodita (mi amante) y zas ! Cachados en video …

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—Te pesqué, ramera –dijo José—. Ahora tengo las pruebas que necesito para pedir el divorcio y quedarme con la mitad de tus bienes.

—Pero...-balbuceó Afrodita— Cómo supiste de...nosotros?

—Entré en sospechas y decidí seguirte querida –contestó José—. Hace varias noches que cuando duermes pronuncias un nombre que no es el mío.

Mierda ! Afrodita (mi amante) igual que yo, también hablaba dormida y efectivamente, yo no me llamo José, como él …

… mi nombre es Praxísteles.

 

 

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