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Yo era un perrito de color negro con parches blancos en todo mi cuerpo, fui secuestrado o quitado por unos niños de una camada de 6 perritos que habíamos nacido en plena calle. Me acobijaron en una casa donde era la atención de los niños y los padres, recuerdo que fue una discusión cuando quisieron ponerme un nombre, salieron a relucir nombres de emperadores romanos, reyes, artistas, políticos, al final me pusieron un nombre desconocido y creo que hasta inventado, desde entonces soy conocido como “Blandin”, todos me llamaban por ese nombre: “Blandin”.

 

Estaba relativamente bien en esa casa muy humilde, eran cariñosos conmigo, después ya no fui un cachorro y fui creciendo hasta ser un can ya grande, llegaban visitas a la casa y a veces se ponían a reír de mí, solo escuchaba los comentarios de las personas: “este perro es todo un aguacatero, es de raza mixtado, pastor maya”, me llamaron algunos; al final no se a que se referían con esos nombres. Un día observé a varios caninos parecidos a mí, seguían con mucha insistencia a otra canina, ella los tenía hipnotizados y estos muy obedientemente la perseguían, de presto con mi nariz olfateé algo muy peculiar, definitivamente la canina estaba lista para procrear o lo que comúnmente conocen los humanos como andar en celo, me puse sobre alerta y cuando los niños abrieron la puerta, en un sitia amén salí despavorido y rápido siguiendo a la jauría que acompañaba a la canina, a lo lejos solo escuche “Blandin, Blandin”; eran los llamados que los niños me hacían para que regresara, pero el instinto me ganó y me fugué con la jauría.

Tuve que ingeniármelas por mis propios medios para buscar comida donde podía y pasar en la calle durmiendo, me toco pelear con otros caninos por mi territorio, eso de andar en jauría cuando alguna canina anda en celo, (no saben de lo que uno es capaz de recorrer y hacer) por conseguir la atención de la canina. Cuando recorría en mis cuatro patas la ciudad observe que la gente no ocupaba las pasarelas para cruzar las calles, cada quien tiraba la basura a donde se le antojaba, los bolos siempre se orinaban en cualquier poste y esquina, varios automotores se pasaban la luz roja del semáforo.

Con el transporte público había que tener cuidado ya sean buses o microbuses te atropellaban sin más por haber, por el centro de la ciudad era imposible pasar sin que alguien te diera una patada o empujón, las ventas no dejaban espacio en las aceras para caminar; varias veces me escape de la perrera municipal, le tenía pavor, cuentan que ningún canino salía vivo de ahí. Recuerdo que quizás era época de campaña política me detuve a escuchar a una persona con traje y corbata en un parque donde estaba un señor montado en un caballo, parecía detenido en el tiempo ya que no se movía el señor montado en el caballo; el de traje y corbata prometía y prometía, pero lo que me gusto fue que dijo que impulsaría una Ley para proteger a los animales; lástima que como canino yo no puedo ejercer mi derecho al voto, porque de seguro se lo daría sin pensar.

Noté que las personas se molestaban cuando en sus zapatos quedaba impregnada una de mis necesidades perrunas, solo observaba que se limpiaban los zapatos en el zacate o en la acera. Varias veces me quede sentado viendo a las personas que comían para ver si nos arrojaban algún pedazo de lo que estaban comiendo, la pose que adoptaba era la de siempre, orejas hacia atrás, ojos llorosos, melancólicos y un chillido que dejaba escapar para que nos tiraran un pedazo de comida; habían personas buenas que nos tiraban pedazos de comida, otras simplemente me daban un puntapié para apartarme, una señora ya anciana siempre me daba una semita mieluda para comer.

Una vez recorrí tanto la ciudad que fui a parar a un lugar donde los caninos no se parecían ni por cerca a mí, unos tenían el pelo lacio, colas erguidas y bien peinadas, casi todos tenían un collar de cuero con su nombre, lo que no entendía era quien paseaba a quien, si el amo al perro o viceversa, bueno era otro lugar desconocido para mí.

A veces en la mañana me gustaba ir a un redondel donde estaba un reloj bien grande, casi nunca tenía la hora correcta, pero me gustaba ir a conseguir un poco de comida y agua de varias personas que se reunían ahí, gritaban mediante altavoces, quizás nunca fueron a la escuela porque se ponían a pintar y escribir en las paredes diferentes palabras, al final se iban en fila caminado por toda la calle.

Definitivamente la vida en la calle es dura y perversa, hay que tenerlos bien puestos para poder sobrevivir, no es fácil la vida de un can en esta ciudad, solo los más fuertes e inteligentes pueden sobrevivir, no cabe duda que mi astucia canina o mejor dicho mi “pedigrí” canino me había ayudado, el haber nacido de una raza común y corriente fue mi fortaleza para sobrevivir en esta jungla de hierro, asfalto y concreto.

Iba por la calle cuando de repente me topé con la casa donde antes habitaba, los niños me reconocieron, dijeron: “es Blandin, es Blandin”, se pusieron muy alegres y contentos, los padres de estos observaron mi estado físico deplorable, tenía el pelo liso muy sucio y duro por el polvo, unos nudos sobresalían de mi pelaje por unos chicles pegados en mi cuerpo, era una maraña de pelos puntiagudos, las patas débiles de tanto vagabundear por la ciudad, las costillas sobresalían de mis costados, otros huesos sobresalían de mis patas traseras; no tuve más remedio que resignarme y hacer mi show para que se apiadaran de mí y volver a ser parte de esta casa, y así hice, puse la cola entre las patas, coloque mis orejas hacia atrás, mis ojos se pusieron llorosos, di un par de giros con los inconfundibles chillidos y surtieron efecto, me pasaron dentro de la casa y todo fue alegría, mi lengua empezó a lamer varias piernas y caras ya conocidas, el amo de la casa o sea el padre se acercó donde mí, con un poco de reverencia me agaché, el muy cortésmente puso su mamo en mi cabeza y me la sobó varias veces, me dijo estas palabras: “pobre perro, en qué estado has regresado, pórtate bien y no habrá problema”, le correspondí lamiéndole la mano y mientras él estaba sentado, me puse en dos patas y me le acerque dando unos ladridos que él no pudo entender, pero en mi lenguaje canino le había dicho:

“!Viejo, esta perra la vida allá afuera! ni loco me vuelvo a fugar”.

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