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lkjljlklkjlkjHoracio era mi némesis. Sólo él podía despertar mi odio más visceral, mis impulsos más violentos, mis pensamientos más asesinos. Cuando lo veía mi cuerpo se preparaba para un combate de vida o muerte: mi pulso cardíaco se aceleraba, mi sangre fluía hacia los músculos más grandes para luchar o huir y mis células comenzaban a consumir energía de reserva.

 

Esto me dejaba exhausto al terminar nuestros encuentros, en la tienda de fotocopias, camino a la Universidad. Si muchas veces nos enfrentamos, de Horacio yo apenas conocía su nombre, el reconocía mi rostro, tal vez mi nombre —Santiago Kingston 4GB— y dónde yo estudiaba, no mucho más.

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«Pobre cipote, recién está aprendiendo», pensé cuando lo vi por primera vez, desperdiciando en pocos segundos unas 45 hojas siendo el nuevo empleado de la fotocopiadora de la Facultad de Derecho. Pero así es como los mayores villanos se insertan en nuestras vidas, de formas aparentemente inofensivas y casi siempre generando cierto grado de simpatía o, en el peor de los casos, lástima.

Un compañero nuevo, una solicitud de amistad en Facebook, una casual conversación en el bus … Y cuando te das cuenta ese desconocido logró, cual gusano en una jugosa manzana, pudrir, infectar y arruinar todo tu mundito, a menudo haciéndote dudar de vos mismo, generándote culpa y haciéndote ver como un paranoide inseguro ante tu círculo social que todavía no dimensiona la maldad que alberga en su alma ese ser nefasto.

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En su segunda semana de trabajo le di mi USB para que imprima un TP de Derecho Penal que debía entregar ese mismo día.

Le costó poner el USB… Todo bien …a qué novato no le ha costado ponerse un preservativo? Es casi lo mismo, aunque uno suele usar preservativo para evitar el contagio de algún microbito, mientras que llevando un USB a una fotocopiadora se sabe que lo más probable es que el contraiga, como mínimo, una flor de sífilis.

Las computadoras de las fotocopiadoras son el equivalente informático a un Tiger Woods con nulo conocimiento de educación sexual… En fin, imprimió el TP, me cobró y me fui, todo normal. A los pocos días me informaron que había desaprobado el TP porque, por error de impresión, faltaban la mitad de las actividades. La semillita del odio ya había sido plantada en mi fértil corazón.

Código Penal

Días después dejé el libro del Código  Penal para que lo copien, con anillado y todo. De los varios empleados del local, justo ese, Horacio, tan nuevo como imberbe, se iba a encargar del trabajo. Al otro día lo fui a retirar.

Cuando me entregaron las cosas empecé a controlar: infinidad de párrafos cortados, hojas ilegibles y bordes rotos por mala perforación. «No, esto está horrible, hacelo otra vez y en una hora vuelvo», le dije.

No me discutió nada, pues ante lo innegable de su mediocridad, nada había para discutir. Al volver ya estaba todo bien (supuse que recibió ayuda), pero la mala onda era oficial, pues ningún inútil acepta de buena gana su condición de tal. Yo lo odiaba, y él me odiaba también.

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Su influencia en mi vida adquirió niveles insospechados cuando me hallé golpeando los muebles de mi casa. Comencé a hablarle de él a mi psicóloga que pronto me derivó a un psiquiatra que luego me derivó aun coctel de fármacos. Tomaba ansiolíticos, tenía pesadillas en las que él sacaba miles de copias espantosas, no podía leer siquiera libros originales sin que las letras comenzaran a borronearse por pura proyección de mi trauma. Horacio era un gran derrame de tóner negro en mi psiquis

Esto no podía seguir así, entonces una tarde salí a buscarlo.

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—Te estaba esperando… —me dijo Horacio, dejando en claro que él entendía lo que pasaba.

—Por qué me hacés esto? Qué te hice para que me arruines la vida así? – le pregunté.

—A veces el conocimiento se asemeja a un parto, requiere de todo un proceso previo y no está exento de dolor…

—Hablá bien – le dije

—Jaja sí, es que estuve leyendo a Sócrates. – me contestó

—Sócrates nunca escribió su pensamiento —le aclaré.

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—Tal vez sí escribió, pero quizás odiaba al único copista que tenía cerca y luego se perdieron sus originales…

—Mirá Horacio …quiero aclarar las cosas …. No me salgás con filosofía , o nos agarramos a patadas …

—Casi todos somos fotocopias de otras cosas —continuó, ignorando mi amenaza—, o una mala impresión de nuestros propios deseos, un conjunto de hojas casi aleatorias condenadas a vivir y perecer atravesadas por un hostil broche o por un impiadoso anillado. Las hojas pueden liberarse, sí, pero pagando con una herida eterna o con la amputación sin anestesia de una esquina abrochada …y quién está dispuesto a pagar ese precio? … estarías dispuesto a arrancar para siempre una hoja de tu libro de vida, sabiendo que nunca volvería a estar completo?

—No es mi culpa, Santiago Kingston 4GB – continuó Horacio - Yo soy solo una fotocopia de tus propias carencias, una copia difusa de tus malos pensamientos. Nuestro encuentro no es azaroso y tu obsesión conmigo no es casual. Si llegamos hasta acá, es porque todo tu pasado transcurrió para que yo aparezca en este momento a decirte lo que te estoy diciendo. Si tu mayor problema es un fulano aprendiz como yo que saca fotocopias, es porque el problema está en tu interior.

Agarré las hojas que había impreso desde el pendrive y me animé a ver rápidamente el texto. “Horacio era mi némesis”, iniciaba. Entonces comprendí todo: yo también era apenas una copia en vías de extinción…

… y con menor cantidad de oportunidades laborales cada día.

 

 

 

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