Horacio era mi némesis. Sólo él podía despertar mi odio más visceral, mis impulsos más violentos, mis pensamientos más nauseabundos. Cuando lo veía me preparaba para un combate de vida o muerte: mi pulso cardíaco se aceleraba, mi sangre fluía hacia los músculos más grandes para luchar o huir ...
Esto me dejaba exhausto al terminar nuestros encuentros, aunque no solían durar más de diez minutos. Si muchas veces nos enfrentamos, de Horacio yo apenas conocía su nombre, su rostro, su voz (su gangosa e insultante voz) y su lugar de trabajo. Él reconocía mi rostro, tal vez mi nombre —Santiago Kingston 4GB— y dónde yo estudiaba.
«Pobre cipote, recién está aprendiendo», pensé cuando lo vi por primera vez, desperdiciando en pocos segundos unas 45 hojas siendo el nuevo empleado de la fotocopiadora de la Facultad de Derecho.
En su segunda semana de trabajo le di mi USB para que imprima una tesis de Derecho Penal que debía entregar ese mismo día. Le costó poner el USB …
Todo bien … a qué novato no le ha costado ponerse un preservativo? Es casi lo mismo, aunque uno suele usar preservativo para evitar el contagio de algún bichito, mientras que llevando una USB a una fotocopiadora se sabe que lo más probable es que el contraiga, como mínimo, un brote de sífilis cibernético.
En fin, el cipote imprimió la tesis, me cobró y me fui, todo normal. A los pocos días me informaron que había desaprobado el TP porque, por error de impresión, faltaban la mitad de las actividades. La semillita del odio ya había sido plantada en mi fértil corazón.
Días después dejé un libro de Derecho Romano para que lo copien, con anillado y todo. De los varios empleados del local, justo ese, tan nuevo como imberbe, se iba a encargar del trabajo. Al otro día lo fui a retirar, saqué número y esperé 17 minutos
Por suerte me atendió otra empleada, pero al pedirle mi copia me dijo «ah sí esperame un cachito que te lo estamos anillando», y ahí atrás lo vi a él, el indeseable… le sudaba la frente mientras se esforzaba por poner un rulo de plástico entre los agujeritos. Si poner un USB es como poner un preservativo, anillar es más o menos como desabrochar un corpiño con una sola mano… y el cipote este era más manco que el baterista de Def Leppard.
Cuando me entregaron las cosas empecé a controlar: infinidad de párrafos cortados, hojas ilegibles y bordes rotos por mala perforación. «No, esto está horrible, hacelo otra vez y en una hora vuelvo», le dije.
No me discutió nada, pues entre su falta de autoridad y lo innegable de su mediocridad, nada había para discutir. Al volver ya estaba todo bien (supuse que recibió ayuda), pero la mala onda era oficial, pues ningún inútil acepta de buena gana su condición de tal. Yo lo odiaba, y él me odiaba también.
Comencé a hablarle de él a mi psicóloga que pronto me derivó a un psiquiatra que luego me derivó a la puta madre que me parió. Tomaba ansiolíticos, tenía pesadillas en las que él sacaba miles de copias espantosas, no podía leer siquiera libros originales sin que las letras comenzaran a borronearse por pura proyección de mi trauma. Horacio era un gran derrame de tóner negro en mi psiquis.
Esto no podía seguir así, entonces una tarde salí a buscarlo. Me había aprendido sus horarios de trabajo para evitar cruzarlo así que sabía que iba a estar ahí, metiendo la pata como siempre. Salí de mi casa casi corriendo.
—Te estaba esperando… —me dijo Horacio, dejando en claro que él entendía lo que pasaba.
—Por qué me hacés esto? Qué te hice para que me arruines la vida así?
—A veces el conocimiento se asemeja a un parto, requiere de todo un proceso previo y no está exento de dolor… - dijo Horacio
—Hablá bien !
—Jaja sí, es que estuve leyendo a Sócrates.- me dijo Horacio
—Sócrates nunca escribió su pensamiento —le aclaré.
—Tal vez sí escribió, pero quizás odiaba al único copista que tenía cerca y luego se perdieron sus originales…
—Esa historia me suena familiar…
Horacio levantó la parte superior de una de las máquinas y con un dedo tocó el oscuro vidrio sobre el cual se sacan las copias manuales.
—Mirá, ¿qué ves?…
—Y, me veo a mí mismo…
—Seguro? Te podés ver desde arriba y con tus propios ojos? ¿Esos son tus colores? Ese sos vos? – me preguntó Horacio
—Se sobreentiende que es mi reflejo
—No te parece que en cierto sentido todos somos un reflejo de nuestras circunstancias, de nuestras ideas , de lo que hacemos, lo que comemos, etc.? Entendeme Santiago, yo soy vos, en otro tiempo, circunstancia, tus temores y tus inseguridades … por eso me detestás tanto, porque crees que ya lo superaste, y hoy me ultrajás a mi como antes otros antes, te ultrajaron a vos …
—Mirá Horacio… Si quiero filosofar me echo una cercha y escucho a Facundo Cabral. No hagas que te zampe un golpe, que para eso vine…
—Casi todos somos fotocopias de otras cosas —continuó, ignorando mi amenaza—, o una mala impresión de nuestros propios deseos ...
—Sí, me gustaría arrancar la página en la que aparecés vos…
—No es mi culpa, Santiago Kingston 4GB. Yo soy solo una fotocopia de tus propias carencias, una copia difusa de tus malos pensamientos. Nuestro encuentro no es azaroso y tu obsesión conmigo no es casual. Si tu mayor problema es un cipote que empieza la “U”, que saca fotocopias, es porque el problema está en tu interior.
Su monólogo me hartó. Levanté mi puño derecho para encajarleuna trompada, pero en ese instante apareció mi profesora de Derecho Ambiental. Se quedó inmóvil mirándonos con los ojos bien abiertos ...
Agarré las hojas que había impreso desde el USB y me animé a ver rápidamente el texto. “Santiago era mi némesis”, iniciaba el texto
Entonces comprendí todo: yo también era apenas una copia ... en vías de extinción…