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Los primeros Juegos Olímpicos que organizó, por vez primera, Estados Unidos, fueron un rotundo desastre. Fue en el año 1904 y lo hizo en San Luis, que fue elegida frente a la otra candidata, Chicago, por decisión directa de Theodore Roosevelt, el vigésimo sexto presidente americano.

 

Hubo poca presencia internacional, ya que en aquel tiempo no existían las comunicaciones aéreas, los viajes por barco eran muy costosos y los europeos no acudieron masivamente, de forma que Estados Unidos acaparó la inmensa cantidad de medallas: 244, por sólo dieciséis del segundo país en la tabla, Alemania. En Saint Louis se instauró y se perpetuó la costumbre de entregar medallas de oro, plata y bronce a los tres primeros clasificados en cada competición.

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Al igual que había sucedido cuatro años antes en París, los Juegos se enmarcaron en la Exposición Universal de la ciudad de Missouri, y, también se expandieron en el tiempo: comenzaron el 1 de julio y finalizaron el 23 de noviembre. Y en muchos casos pasaron inadvertidos.

Lo más relevante fue la carrera de maratón, que resultó absolutamente esperpéntica, la más surrealista de la historia del deporte.

Al que  proclamaron vencedor, injustamente, fue al atleta local Thomas Hicks, uno de los primeros casos de dopaje. Hicks, payaso de profesión, se sintió como Lorz (el impostor del que hablaremos más adelante) mal en medio de la carrera, en su caso cuando faltaban 15 kms. para su finalización.

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Cayó agotado al suelo y ahí se quedó…hasta que llegaron sus entrenadores y le suministraron brandy con sulfato de estricnina, algo que estimula el sistema nervioso pero que se usa generalmente para matar ratas. También se les ocurrió la brillante idea de saciar su sed con agua del radiador de un coche. A Hicks esa combinación de sustancias prohibidas (y nocivas, añadiríamos) le ayudó en parte, pero tuvo que cruzar la meta apoyado en sus entrenadores. En cuanto lo hizo tuvo que ser inmediatamente examinado por un médico. Hicks, a consecuencia de esa combinación tan tóxica que le proporcionaron con tal de que ganara la carrera estuvo a punto de perder la vida.

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Pero antes que él accedió al estadio un tal Fred Lorz, que fue aclamado como ganador, aunque lo cierto es que se había retirado en la prueba, por cansancio y deshidratación, y recogido por una especie de coche escoba. Pero subido a éste, que había adelantado a todos los atletas y se dirigía al estadio, se recuperó, mando frenar, echó pie a tierra y se presentó en la línea de meta como presunto ganador. Hasta Alice Roosevelt, la hija del presidente, se hizo fotos con él creyéndolo campeón. Fue descubierto y, lógicamente, descalificado.

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Otro corredor en serio peligro fue William García. En su caso por lesiones internas que le causaron esas nubes de polvo que levantaban los coches que corrían en paralelo a la prueba. Le encontraron tirado por el sendero.

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El cubano Félix Carvajal de Soto, un limpiabotas de La Habana, que se había pagado el viaje hasta San Luis de su bolsillo, con la ayuda de sus clientes y amigos, pero que había sido desvalijado en un barco del Missisipi (otras versiones aseguran que fue en Nueva Orleans) por unos ladrones, de forma que llegó a la competición con lo puesto. No se sabe por qué, pero fue adoptado por los gigantescos lanzadores estadounidenses, algunos de ellos conocidos como ballenas irlandesas, por su país de origen y por su tamaño. Corrió con pesados zapatos y la salida se demoró mientras alguno de los gigantes le recortaba los pantalones. Acabó cuarto, a pesar de que hizo un alto en el camino para robar manzanas de un huerto y sufrió una indigestión.

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También corrieron Lentauw y Yamasani, de la tribu kaffir, procedentes de la parte oriental de Sudáfrica, que estaban en San Luis en la Exposición Universal, eran saltimbanquis y actores, y se encontraban allí formando parte de un espectáculo sobre la Guerra de los Boers. Pasan por ser los primeros africanos de color en competir en unos Juegos. Lentauw, por cierto, tuvo que desviarse del circuito marcado, escapando de dos feroces perros que casi lo devoran.

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Unos Juegos racistas

Como en el caso de los kaffir que corrieron la maratón, se reclutó a los competidores entre las personas de los diversos stands de los diferentes países: Turcios, sirios, indios sioux, aiuns del Japón, cocopas mexicanos, zulúes de Suráfrica, negros diversos, pigmeos...

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Deportivamente, fracasaron por completo, realizando marcas ridículas en carreras, saltos y lanzamientos, que no en vano ninguno de ellos era deportista y la mayoría ni siquiera sabía lo que era el ejercicio físico entendido a la manera occidental.

A la organización cabe achacarle la mala elección en la hora de salida de la maratón: por la tarde, con 32º de temperatura en el agosto de la sureña ciudad estadounidense. A causa de ello el calor hizo estragos en los participantes, acabando solo la mitad de ellos: catorce de los 32 iniciales. Mala previsión también el hecho de que la fuente de agua más cercana al circuito se encontrara demasiado lejana, a 17 kilómetros.

Digna carrera, como decíamos, de toda una novela, no sabemos si de aventuras o de terror.

 

 

 

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