Afrodita, tal como cualquier pasmado sabe (diputados inclusive), era la diosa griega del amor. Los romanos la identificaron más tarde con la antigua diosa itálica Venus. De su nombre se deriva el de “afrodisíacos”.
Antecedentes históricos
Más antiguo aún que todos estos mitos es el interés por esas sustancias con las que se pretende excitar o estimular el apetito sexual. Aunque la primera mención escrita de los afrodisíacos procede de unos papiros egipcios del siglo xxiii antes de Cristo, es probable que el uso de filtros, pócimas de amor y ungüentos destinados a potenciar la sexualidad o atraer al sexo opuesto se remontara a la prehistoria más lejana.
Otras referencias antiguas a los afrodisíacos se encuentran en el Génesis, en el que se habla de la menta que esparcían sobre el lecho de los recién casados para potenciar su deseo --menta que usarían más tarde las strigae o brujas romanas para elaborar sus filtros amorosos-- y de la mandrágora, gracias a la cual Jacob tuvo su quinto hijo con Lía, y por supuesto en esos ancestrales tratados sobre las prácticas amorosas que son el Kama-Sutra y el Ananga-Ranga (siglo V a.C)
Los antiguos griegos también hicieron amplio uso de estas «milagrosas sustancias», entre ellas los mariscos y otros alimentos marinos que probablemente se relacionaban con el nacimiento de Afrodita en la fértil espuma del mar. También las usaron los antiguos romanos, a veces hasta el abuso, un abuso que podía conducir a la muerte.
Afrodisíacos por analogía
La pervivencia de este uso antiguo no se limita por cierto al mundo occidental; basta con entrar a media tarde en unas de las numerosas ostionerías del centro de México DF para ver cómo los comensales de mediana edad y sexo masculino consumen con disgusto un ceviche de ostiones que a muchos otros les parecería delicioso, para cumplir más tarde con sus deberes maritales.
Otros ejemplos de afrodisíacos por analogía son las cebollas, de las que en la Edad Media se creía que prolongaban las erecciones y aumentaban la cantidad de esperma, capacidad que compartían con el ajo, el rábano, el nabo y otros alimentos vegetales en forma de pene o de testículo.
Además de ostras, almejas y otros bivalvos asociados con Venus, los romanos atribuían propiedades afrodisíacas a las habas, legumbres que consideraban beneficiosas para la erección por su forma semejante a la de los testículos humanos. En fechas posteriores, esta creencia en la acción estimulante de las habas se transmitió a otros países.
Utilizados como afrodisíaco por los asirios, antiguos griegos y fenicios, los apreciados estigmas del azafrán se utilizan todavía en varios países de Oriente medio como estimulantes de la libido.
La asociación entre plantas y testículos impulsó a griegos y romanos a utilizar el producto denominado satirión, que se extraía de distintas especies de orquídeas cuyos tubérculos dobles recuerdan de un modo sorprendente un par de testículos. Gracias a este brebaje que alude a los sátiros, esas divinidades menores que personificaban el culto a la naturaleza y permitían los excesos sexuales, Hércules, según se dice, fue capaz de desflorar cincuenta doncellas en una sola noche.
Aunque, como indican numerosas expresiones vulgares, la analogía con los testículos es también aplicable a los huevos de gallina y de otras aves, es muy probable que las propiedades afrodisíacas que les atribuyeron a estos alimentos los romanos y otros personajes más modernos se basaran sobre todo en su carácter de elementos generadores por excelencia. Casanova, sin opinar sobre el particular, describe en sus “Memorias una ensalada de huevos” con la que creía potenciar su vigor sexual. La vinagreta de la ensalada que, además de vinagre, contenía salvia, menta, cebolla y pimienta negra, debía prepararse dos semanas antes de su empleo. El aventurero italiano le añadía luego las yemas de seis huevos recién cocidos para poder realizar luego sus prolongadas maratones sexuales.
Otros ingredientes de las recetas estimulantes de Casanova eran el caviar, las trufas, que también consumía por las mismas fechas Carlos II el Hechizado para paliar su impotencia, y, por supuesto, las clásicas ostras, todavía consideradas por muchos como las reinas de la cocina afrodisíaca.
La connotación erótica del caviar quizá se deba a la proverbial fertilidad de esos grandes peces óseos primitivos que son los esturiones. Las puestas del esturión común, especie que de común ya sólo tiene el nombre, pueden superar ampliamente los siete millones de huevos. Las del enorme esturión beluga , del que se extrae el caviar homónimo, no le van a la zaga.
Menos exclusivos son, en cambio, los huevos pequeños y manchados de las codornices, que en muchos lugares se venden como afrodisíacos, o los huevos rojos del salmón, pescado cuya carne es también considerada por algunos como un gran excitante sexual. Otros peces que gozan de gran prestigio son el arenque, especie notablemente prolífica considerada como un potente afrodisíaco en la cultura irlandesa, y las numerosas especies de tiburones con cuyas aletas se elabora la conocida sopa china.
El poder generador se ha atribuido también desde antiguo a la granada y a los higos, frutos ambos que contienen un enorme número de semillas y que, además, evocan los órganos sexuales femeninos. Los chinos, que regalaban higos a los novios para su primera noche de amor conyugal, también consideran como símbolo de los genitales femeninos al melocotón y a la ciruela, por su color encarnado y su textura jugosa y suave. Esta simbología genésica tuvo también su contrapartida occidental con los espárragos, fresas y cerezas, alimentos vegetales exquisitamente húmedos y carnosos, cuya forma sugiere las partes más íntimas del cuerpo.
De entre todas estas analogías entre genitales y alimentos, una de las más curiosas es la que parece existir en la India entre cocos y testículos, ya que en este país se cree que el peludo y lechoso fruto mejora la calidad e incrementa la cantidad del semen. Este mismo tipo de analogías es el que impulsa a algunos a comer criadillas de toro, testículos de otros mamíferos e incluso pene de león.
Repulsivos y absurdos
Los romanos, que no por casualidad llamaban venenum a sus filtros amorosos, no tenían remilgos a la hora de utilizar ingredientes extraños, peligrosos o repugnantes.
Más que estas extrañas pócimas, o que la mandrágora de raíz antropomórfica, cuyas connotaciones sexuales se mantenían incólumes desde los tiempos de Jacob, el afrodisíaco más codiciado durante la Edad Media y el Renacimiento fue probablemente el cuerno de unicornio. Símbolo por excelencia de lo fantástico o de lo inalcanzable, el unicornio era un animal fabuloso en forma de caballo, con barba de chivo, pezuñas de toro y cola leonina, en cuya frente nacía un cuerno largo, afilado y espiral.
Para atrapar al unicornio había que atraerlo, en efecto, hacia una doncella virgen sentada bajo un espeso árbol del bosque; cuando el animal reclinaba su cabeza en el regazo de la joven, ésta entonaba un dulcísimo canto y al mismo tiempo acariciaba el temible cuerno hasta que la bestia se dormía. Con estas premisas, imprescindibles para capturar el animal y cortar su afilado y peligroso cuerno, no es de extrañar que el polvo que de él se extraía fuese uno de los remedios contra la impotencia más codiciados durante toda la Edad Media.
Más adelante … pasamos de la barbarie a la civilización y de los huevos de toros al Sildenafil …
“Los que nunca nadie sabe, de donde son …” (Roque Dalton).
Resulta que a la temprana edad de diez años me di cuenta que lo físico no era lo mío… era gordito, usaba lentes, brackets móviles, era pésimo jugando al fútbol y mi papá me peinaba con fleco hacia el costado con vaselina, usaba zapatos ortopédicos y carita de regalón… el combo perfecto del fracaso.
Cuando tenía once años tuve la suerte de conocer, tal vez, al personaje más icónico de mi vida, el que me iba a marcar, a su vez, el resto de mi existencia.