La diferencia es muy sencilla de distinguir, los borrachos de popularidad, necesitan tener su legión de aplaudidores, así como lo velorios antiguos tenían sus plañideras, o sea aquellas señoras a las que pagaban, simplemente por llorar, aun sin conocer al difunto … es igual
Los Héroes trabajan en silencio, calladitos, no tienen tiempo de jactarse de si mismos, están tratando de salvar al prójimo afectado por el COVID 19, de cuidar el orden público, aún en menoscabo del cuidado de sus propias familias … los aplauden otros, esos son los buenos.
Le confieso que cada día que pasa siento más admiración por lo médicos y por todos los trabajadores de la salud. Hay un video que me conmovió hasta las lágrimas. No sé si lo vieron. Un médico regresa a su casa. Se lo ve agotado, después de una jornada interminable y estresante. Llega con su guardapolvo celeste y su hijito de 4 o 5 años va a buscarlo corriendo con los brazos abiertos para abrazarlo. “No, no”, le grita el médico para evitar que su hijo lo abrace.
El niño se queda paralizado del susto. No entiende nada. Se congela su alegría por la llegada del padre al que seguramente ve muy poco. El padre se pone en cuclillas y se pone a llorar. Es desgarrador. Después de dar una batalla desigual y descomunal, ese doctor no puede tener ni siquiera el bálsamo de un abrazo y un beso de su hijito.
“Digamos Aracely” es enfermera de cuidados intensivos de un hospital del sistema público. Llega a su casa, se saca los zapatos, los rocía con alcohol y los deja en el jardincito.
Coloca su uniforme en una bolsa y se mete en la ducha sin tocar a sus dos hijos. Deja que el agua caiga sobre su cabeza y muchas veces, se quiebra y llora. Tiene miedo de quedarse sin insumos o elementos para protegerse. Siente temor de contagiar a sus niños y por eso ya decidió que si se contagia, la cuarentena la va a hacer lejos de “Digamos Milagros y Matías”. La desgarra cuando ellos llorando le piden que no vaya a trabajar. Pero ella dice yo estudié para esto, esta es mi vocación, no puedo aflojar en el momento que más me necesitan, el Policía que cuida la cola de un banco donde cobran “el bono” ofrece agua a los que llevan horas esperando, pero no sabe quien cuida de los suyos, de sus hijos, de sus padres …
No es la primera vez que en esta pandemia hablamos de los médicos, de policías y soldados, conductores de ambulancias, y seguramente no va a ser la última. Hace unos días le comenté que después que termine la batalla, hay que encarar la jerarquización económica y profesional de esta gente a la que tanto le debemos.
No quiero caer en el “panfletismo barato” de los borrachos de popularidad. Pero la épica y la mística les va ayudar a darle más energía a los que luchan por nosotros.
Creo que Hipócrates estaría muy orgullosos de nuestras enfermeras y enfermeros, de los médicos, del que llega a su casa y no puede abrazar a su hijo, de la enfermera de San Martín y la directora del hospital público y de todos los exponen su vida para salvar la nuestra. Se considera a Hipócrates como el médico más grande de toda la historia. Su juramento fue cambiando de palabras con el tiempo. Pero alguno de sus viejos párrafos sigue teniendo una vigencia ética conmovedora. Uno dice así:
“Respetaré a mi maestro de medicina tanto como a los autores de mis días, compartiré con él mis bienes y, si es preciso, atenderé a sus necesidades; consideraré a sus hijos como hermanos y, si desean aprender la medicina, se las enseñaré gratis y sin compromiso”.
O este: “Dirigiré el régimen de los enfermos en provecho de ellos, según mis fuerzas y mi juicio, y me abstendré de todo mal y de toda injusticia. Pasaré mi vida y ejercitaré mi arte en la inocencia y la pureza”. Si cumplo este juramento sin infringirlo, seré honrado siempre por los hombres; si lo violo y soy perjuro, que mi suerte sea la contraria”.
Por eso no me canso de enviar este mensaje a toda la gente de buena voluntad que quiera habitar el suelo patrio: Hay que quedarse en la casa para resistir. Así soportaremos los golpes y jamás nos rendiremos. Erguidos frente a todo.
Resistiremos al virus, para seguir viviendo …
Y a El Salvador compatriotas, o lo sacamos del hoyo entre todos, o nos hundimos con él …
La culpa la tuvo mi madre, Ai – Nozomi, venerable anciana a quien se le metió en su obstinada cabeza de campesina japonesa, viuda, con seis hijos varones (mis hermanos), que en lugar de sembrar arroz en los pantanos, había que fabricar micro chips en la mesa del comedor.
No tenemos paz, no tenemos demasiada esperanza, no tenemos como proteger nuestra hermosa hemeroteca (me precio de conocerla) de la lluvia, y menos aún tenemos los $ 100. 00 (cien) que pide Manlio para protegerla, no tenemos pisto en casa, pero siguen los “fondos de reserva” a nivel oficial …
Se habrá fijado que quien menos hace es a quien más le falta tiempo … pensarán que somos pendejos?