


Cuando moría el siglo pasado, exactamente en 1997, tuve conciencia de que los computadores habían llegado para quedarse. Supe también que la nueva tecnología me costaba un mundo (por no decir otra palabra), pero era mi trabajo, así que contraté un informático para que me guiara.

La señorita se llamaba Amanda, tenía el pelo largo y recogido en una cola de caballo. Llevaba una mochila pequeña en la espalda. Pasó llorando por el andén izquierdo de la estación del metro, y de las diecisiete personas que cruzó en el camino, doce la escucharon llorar claramente, porque no era un llanto contenido; era un desahogo ... desgarrador.
“Sacame de esto Chele, sacame – me dijo con su rostro ya desfigurado aquel amigo – sácame de esto y salvame, estoy podrido por dentro, tengo el cuerpo lleno del más letal de todos los venenos”.
He aquí que soy portador de buenas nuevas para todos aquellos que aman y no son correspondidos, para todos los habitantes del Reino de la Soledad y los inquilinos de la nostalgia… queda comprobado que todo aquel que ama a alguien y no recibe de ese alguien más que rechazo y desplante ....
“El asesino sabe más de amor que el poeta”. (Joaquín Sabina).