Es como en un “Big Brother” concebido en la más febril fantasía de George Orwell, los salvadoreños somos vigilados, espiados, señalados, apuñalada nuestra privacidad a diario y sistemáticamente.
Todavía nos recuerdo, tu y yo y una amiga del lado de afuera de la puerta de juncos, avisando si alguien venia, tratando de hacer o deshacer el amor frenética y sudorosamente, mientras ahogábamos nuestros gritos y jadeos escuchando Radio Saigón.
Necesitamos tener unas gónadas del tamaño de un huevo de avestruz; el empuje y la garra de un jugador de la Selecta de Playa, es más, tres pulmones como tienen los guerreros de playa.
Como todo el mundo sabe, la inflación, las tasas de homicidio o desempleo real son datos que en El Salvador hace años se desconocen por completo. Probablemente porque los manejan los mimos bestias que escriben “botan” cuando hablan de “votar”, a la usanza del muy viral tweet del Diputado Grande.
Todos conocemos la historia de Robinson Crusoe (o deberíamos), náufrago por la gracia de una tormenta y rescatado por la gracia de Dios luego de vivir solitario en una isla durante 28 años, 2 meses y 19 días.