“Nunca discutas con un idiota, la gente a tu alrededor puede no notar la diferencia” (Emmanuel Kant).

Creo que todo empieza con la celebración de nuestro último aniversario, estábamos en un restaurante y de pronto, de la nada, vi una reacción rara en tu cara, una mirada que no me pertenecía. Ingenuo como suelo ser, seguí la línea de tus ojos y justo entraba un fulano al lugar, quien no sé quién es … ni conozco … pregunto inocentemente …

No pretendo ser crítico cinematográfico, nada más alejado de eso, voy una o dos veces al cine al año, si la película me llama la atención, si no, eso de pasarme dos horas sentado viendo una enorme pantallota me suena a pérdida de tiempo …
Duele, como pocas cosas duelen en la existencia … podemos reventarnos el cráneo buscando culpables y vamos a encontrar quinientos … pero diluir las culpas entre quinientos, una vez más, deja ningún culpable y múltiples incertidumbres.
Siempre he sido de la idea, que Dios, nos da a cada quien, a uno de los seres de su creación un talento … uno, que es diferente de otros que les otorga a cada uno de sus hijos, de tal manera, que con la ayuda de ese talento, podamos navegar a salvo por la vida.

Los kamikazes japoneses de finales de la Segunda Guerra Mundial eran famosos por sacrificar sus vidas en un intento desesperado de cambiar el rumbo de la Segunda Guerra Mundial para que el Imperio japonés aún pudiera ganar de alguna manera. Y aunque sus acciones no resultaron en una victoria japonesa, el nombre Kamikaze y la idea asociada a él todavía son ampliamente conocidos.