Cuando alcanzo a ver el sol, a través del agujero que el tiempo implacable dejó en mi zapato, y me doy cuenta de todo lo inútil que ha sido el trayecto caminado, es entonces que me doy cuenta del éxito de mi fracaso…
No malgasten su esfuerzo, escuerzos, mastuerzos, burros con almuerzo, me río y me retuerzo, todos los derechos los tuerzo; asalariados del Infierno, al país le importan un cuerno …
La distancia marcó tanto pero no lo suficiente,
la ausencia impuso momentos pero no aniquiló
la fuerza vibrante de la pasión,
David se levantó muy temprano para ir al cementerio, ese día limpiaría la tumba de sus padres, pero se le hizo demasiado tarde, llevaba una piocha, un azadón y una botella de agua para realizar su actividad; al llegar, el celador le dijo:
El Vaticano, se ha puesto estricto con la cuestión de las cenizas de nuestros fieles difuntos (no santos difuntos, recuerden que si bien solemos decir “no hay muerto malo” no significa que todos mueran en “olor de santidad”).
Pequeño cuento, muy poco de terror, en un solo y breve acto … menos mal!
Permítanme que les cuente, algo que me ocurrió de niño, en un San Salvador bisoño, pueblo chico, infierno grande, y que ha marcado mi vida a fuego.
Estaba en aquella edad de los “despertares”, en la secundaria, todos éramos muy compañeros y amigos, crecimos en un instituto de enseñanza mixta, desde Kinder … éramos felices !
El líder mundial, después de una jornada agotadora, en la que había decidido la invasión armada de dos naciones (una latinoamericana y una africana, en nombre, por supuesto de la democracia), luego de derrocar a un dictador en Asia y aumentar los intereses moratorios de la deuda externa a niveles de ahogo, para recuperar el déficit fiscal, como a eso de las ocho treinta de la noche, se retiró a su recámara de descanso.